¡Ojo que viene el Zaragoza! Lo dijo Manolo Jiménez un par de días antes del partido ante el Atlético. "Como ganemos, les vamos a meter mucha presión a los equipos de delante, y eso es muy importante". Tras el partido de ayer, más que presión es pánico lo que pueden sentir Villarreal, Betis y algún otro que se veía salvado en febrero, antes de que el conjunto aragonés encadenara la majestuosa racha que ha quitado el hipo en la Liga. El técnico, que entiende que ha sacado al menos medio pie de Segunda --le queda uno, se entiende--, rogó a los medios de información, no obstante, que le ayudaran a dominar el entusiasmo creciente.

En un ejercicio de prudencia, el andaluz quiso advertir de que el equipo no ha hecho nada todavía, que le tocará remar mucho hasta el final de Liga si quiere superar los 40 puntos y que, aun así, nadie le puede garantizar la permanencia. Va a tener difícil contener la euforia, casi imposible. Para empezar porque claro que ha hecho. Y no poco. Mucho, muchísimo. De momento, ha convertido lo que se entendía como un milagro, en coincidencia casi general, en un objetivo al alcance. Ayer se acostó a tres puntos de la salvación. Una victoria y un pinchazo ajeno, solo eso, le sacarían del pozo un siglo después. O eso parece. Ver para creer.

¿Es una cuestión de suerte? Jiménez contesta que no. En opinión extendida se diría que sí, sobre todo en los primeros capítulos de la remontada. Aunque sin peros, obviamente. La fortuna existe siempre. Se gana, además, con trabajo, fe y personalidad. Todo eso que antes no tenía el Zaragoza, cuando era un deshecho, ahora lo va derramando a borbotones. Lo manifiesta la espectacular racha del mes que empezó con los coletazos de la polémica rueda de prensa de Jiménez en Málaga, cuando el mundo parecía acabarse.

Cinco semanas después, el equipo aragonés ha sido capaz de sumar 13 puntos en seis encuentros, con una sola derrota en aquella patética representación en Anoeta. Hoy en día es un equipo Champions, el terror de la clase media, que mira hacia abajo con doble preocupación. Primero porque ve llegar a un equipo lanzado. Segundo porque no es un cualquiera, y eso se percibe. Claro, es el Zaragoza, que ayer reunió a sus jugadores en una piña que anuncia diversión hasta el final. Que tiemblen los otros.