El derecho mercantil establece unos parámetros muy rigurosos para inhabilitar a un empresario de alguno de sus negocios. Hay que ser muy canalla, muy ladrón o muy inconsciente para que la ley opte por considerar no apta a esa persona para seguir al frente de su propiedad o propiedades. Mientras no se demuestre lo contrario, Agapito Iglesias no cumple esos requisitos que le obliguen a abandonar el Real Zaragoza SAD. Ha dejado un agujero de 110 millones de euros, ha descapitalizado el equipo con su particular gestión y lo tiene, como casi siempre desde que compró la institución, en zona de descenso próximo a las Navidades. En esa línea fronteriza con la ruina, dicen los analistas económicos que aparece muy de lejos la liquidación. La afición y otros pensadores menos optimistas contemplan el peor de los escenarios... Aun así, el constructor --qué paradoja-- sigue al frente de la nave con la tutela de los administradores judiciales. Hace y deshace, con especial habilidad para lo segundo, y se interpone en la transparencia que solicitan otros interesados, caso de los pequeños accionistas, que han logrado estar presentes en la próxima Asamblea de diciembre.

Si lo observamos con lupa deportiva, antes de que se abran las puertas del mercado de invierno no puede quedar títere con cabeza en este Real Zaragoza decrépito y con un par de despachos inútiles, los que ocupan Antonio Prieto y Pedro Herrera, responsables de la configuración de esta plantilla o, lo más grave, de asistir como tancredos a sueldo de lo que le venga en gana al presidente. Estos dos no se irán ni con agua hirviendo porque sus intereses personales están muy por encima de los del club.

Agapito Iglesias, el Inmortal, tampoco moverá pieza. Por desgracia, el Real Zaragoza seguirá en manos de los de siempre, quienes para salvaguardar sus nóminas o su posición de acreedor están obligados a movilizarse para evitar el descenso que vuelve a amenazar al club. Y lo harán porque en una hipotética y cada vez más próxima posibilidad de que el equipo pierda la categoría, no habrá ley concursal que secunde este dispendio ni evite una situación insostenible para subsistir o cobrar.

Moralmente y profesionalmente todos están inhabilitados aunque la ley diga lo contrario para alguno de ellos. No solo Agapito, sino también un entrenador que se manifiesta muy conforme con los futbolistas de que dispone y unos jugadores, la mayoría, que cualitativamente no dan la talla para Primera División por mucho corazón que le pongan. Unos por exceso de edad y otros por juvenil ignorancia. Un buen puñado porque la situación les ha permitido estar donde ni hubieran soñado.

Javier Aguirre ha vivido de su bien ganado crédito después de ayudar a que el Real Zaragoza se salvara la temporada pasada. Pero, poco a poco, se va descubriendo como un técnico oficialista. Ha intermediado con excelente criterio para aislar a los chicos de una serie de tormentosos acontecimientos, pero nunca, salvo en sus últimas declaraciones, ha subrayado las innumerables y mayúsculas limitaciones con las que está trabajando. Por no señalar o al menos imprimir un discurso realista queda señalado. El estigma de mayor tamaño, sin embargo, lo lleva en los resultados. Un punto de 18 posibles suele ser un obstáculo insalvable para entrenadores rebeldes o sumisos. Más bien una guillotina.

Se impone la catarsis donde es posible, en una regeneración sensata, urgente y de obligado cumplimiento en la parcela técnica y, sobre todo, en una plantilla a la que nadie discute su honradez, pero que chirría por su incompetencia defensiva para evitar la tragedia que tantas veces ha llamado a las puertas de este club desde que Agapito es el regente de lo que siempre ha contemplado como un negocio. Aunque sea por puro comercio, que por una vez utilice su picardía de tendero. Además la ley le ampara.