Fidel Toraya es único e inconfundible, por eso le conoce todo el mundo. Cada mañana sale a caminar doce kilómetros bien equipado con los colores de su equipo, camiseta blanquilla y un bastón pintado del Real Zaragoza, azul y blanco. En el jardín delantero de su casa ondean banderas con el escudo del león y en el coche luce una bufanda en la parte trasera y dos pegatinas con el emblema bajo los intermitentes delanteros. La joya de la corona es un museo en el bajo de su casa, una sala de 140 metros cuadrados en la que atesora desde fotografías de los Alifantes a camisetas firmadas por Amarilla, la entrada de la final de París o el peluche blanquillo, una de las últimas adquisiciones. Fidel es un zaragocista de pro, por los cuatro costados, pero está solo. Porque Fidel, de 65 años, es cántabro, vive en Escobedo de Camargo, a ocho kilómetros de Santander, y no tiene con quién compartir su pasión.

«Lo peor es la soledad», admite. No por ello ha dejado de cultivar su amor por el Real Zaragoza desde niño, desde que Seminario fue pichichi en la temporada 61-62. En el colegio todos querían ser Di Stéfano o Kubala menos Fidel. «Cuando salíamos al patio a jugar se formaban los grupos nombrando cada uno un equipo. Uno decía, yo soy el Madrid, y todos los que eran del Madrid iban con él, y lo mismo con el Barcelona. Yo decía que era el Zaragoza y me quedaba solo, no podía jugar porque no hacía equipo», recuerda este santanderino. Ahora vive algo similar. «Nadie habla conmigo del Zaragoza, solo me dicen algo cuando gana o me chinchan cuando pierde», explica. Es un problema hasta para ver los partidos. «Los que emiten en abierto los veo en el sótano, tengo ahí un sofá, me pongo la tele y los veo allí solo. Los que son de pago, vas al bar, lo pides en la tele y no te lo quieren poner. Y si te lo ponen no hay nadie más que mire», señala.

Unión familiar

Pero eso no impide a Fidel estar al tanto de todo, lucir sus colores a diario y ampliar su colección de objetos zaragocistas, que recibe a muchos visitantes. Como si de una premonición se tratara, nació un 10 de mayo, fecha que ahora festeja por partida doble. Y, además, tiene un lazo familiar con el Real Zaragoza. Jesús Lanza, futbolista del equipo aragonés en la temporada 49-50, era natural de Escobedo de Camargo y primo de su suegro. «Vivía a 100 metros de mi casa. Tengo una foto suya de 1950 y un reloj que fue suyo con el escudo del Zaragoza. El problema es que no tiene correa y al ser tan antiguo no he conseguido recambio», explica.

Comenzó a guardar cosas desde niño. Primero los cromos y luego, con los primeros sueldos cuando empezó a trabajar con 14 años, los recortes del Marca que se compraba a diario para seguir la actualidad del equipo. Después fueron llegando camisetas, escudos, banderas, tazas, relojes... hasta una bici. «Tengo una bicicleta de más de cien años pintada con los colores del Real Zaragoza que ha ganado incluso un concurso de bicis antiguas», indica. «El Real Zaragoza me mandó una maqueta en bronce de La Romareda, tengo también dos camisetas de Amarilla, una de ellas dedicada, una entrada de la final de París enmarcada, una bandera de aquél día firmada por toda la plantilla que me regaló el padre de Geli, un escudo de granito, otro de bronce, cuadros con fotos que compro o saco de internet y me enmarco yo mismo...». El relato es infinito. «Son 140 metros y ya no me cabe nada más».

Pero la colección no se detiene. Su esposa y su hija contribuyen con nuevos objetos zaragocistas. «Mi regalo de cumpleaños este año ha sido el autobús del equipo. Y el día de Reyes, un balón y el peluche blanquillo», apunta, señalando al próximo evento. «Para el año que viene les he pedido un chándal». No se ha perdido un solo partido del Real Zaragoza en El Sardinero, ha ido a verlo también varias veces a Bilbao y suele viajar alguna vez al año a La Romareda. «La última fue en noviembre, estuve en el partido contra el Reus. Me invitó la peña Cedrún de Barbastro y estuve en el palco con Canario, que no me dejó solo un momento». Mantiene relación con exzaragocistas cántabros como Geli y su familia o Edu Bedia, el último en visitar su museo, así como con las peñas. Ahora piensa en la próxima celebración. «Tengo guardada desde hace cinco años una botella de champán del bueno. A ver si la abrimos el mes que viene. Yo creo que sí», dice Fidel con toda la ilusión del mundo. Un zaragocista único.