Cuentan que Dominica tenía muy buena mano en la cocina. Cuando hacía flanes caseros nadie quería quedarse sin probarlos. Su familia recuerda con nostalgia cómo el olor a dulce invadía la casa mientras la matriarca mezclaba los ingredientes y rellenaba con cuidado los moldes de aluminio antes de meterlos al horno. Ahora Dominica ya no está, pero su espíritu sigue presente en el día a día de Vigali, la empresa agroalimentaria que su hijo Jesús María puso en marcha en 1972 dedicada a la elaboración de magdalenas, rosquillas, bizcochos (bajo la marca Errea) y postres lácteos refrigerados (Nayem). A pesar de haber sufrido los efectos de la caída de las ventas por la crisis, mantiene una plantilla de 15 trabajadores, el año pasado facturó 1,2 millones de euros y el impulso del relevo generacional le ha llevado a lanzar una nueva línea de productos a base de queso para atraer a los consumidores más jóvenes.

Situada en Pastriz, sus orígenes se remontan a los años 50, con la explotación avícola familiar. Con el excedente de huevo empezaron a producir las primeras magdalenas en un pequeño obrador de Peñaflor. Con el tiempo la demanda fue creciendo, y en los años 70 nace Vigali como fabricante de bollería. En 1991, la empresa apuesta por la diversificación y elabora el primer flan de huevo al baño maría en el horno con la receta de la abuela. "El mercado de la repostería estaba muy congestionado y había que desmarcarse", argumenta Roberto, responsable de producción e I+D.

Más tarde, la gama se amplió con los sabores de queso y café. "El flan de queso lo probé en un viaje a Asturias y me pareció una exquisitez", relata Jesús María Garralda, fundador de Vigali. "Empezamos a hacerlo en el 2005 y nos dio un empuje importante, con un incremento de ventas del 20%", señala. La penúltima incorporación fueron el arroz con leche y las natillas de chocolate.

Vigali, como todo el sector alimentario, acusó la crisis tarde y ahora atraviesa un momento "complicado". "Crecimos mucho haciendo marca blanca a través de fabricantes regionales artesanos asociados a calidad, con una buena distribución y reconocimiento local", explica Juan, encargado del área administrativa y de calidad. "Nos gustaría tener más presencia con nuestro nombre pero el mercado es feroz y la competencia, tremenda. Los líneales de los supermercados están cerrados y si quieres entrar, tienes que sacar a alguien, pero nosotros no podemos competir contra las grandes marcas", destaca Juan, que considera que "si solo piensas en sobrevivir, estás muerto".

Por eso, pensaron en lanzar una nueva línea de postres --flan de queso con base de fresa o arándanos y chocolate con naranja-- para "atraer a un público que busca sabores novedosos y atractivos" que estarán a la venta después del verano. "Nos puede abrir puertas fuera porque en Europa se utiliza mucho la combinación de queso con mermeladas", confía Roberto. De momento, la experiencia con la exportación no ha sido satisfactoria en Vigali. En el 2013 abrió el camino hacia la internacionalización en Francia, Bélgica y Portugal, pero ningún proyecto terminó de cuajar y la aventura apenas duró dos años. "Cuesta encajar porque cada país tiene sus tradiciones en postres, nuestras fechas de caducidad son cortas, lo que obliga a un suministro inmediato, y la temperatura controlada dificulta la distribución", argumenta Roberto.

60.000 flanes al día

Las instalaciones de Pastriz tienen una capacidad para elaborar 5.000 kilos diarios de magdalenas y 60.000 flanes. "El año pasado hicimos un millón y medio de unidades", calcula Roberto. La madre, María Victoria Torres, controla el funcionamiento de la planta y "que los flanes salgan bien cocidos", bromea. En el obrador se mezclan las materias primas, se rellenan los moldes, se añade el caramelo --también casero-- y se introducen en unas bandejas con agua al baño maría. Tras una hora de horno, los flanes están listos para sellar la tapa, colocarles el packaging y ser distribuidos. Sabor artesano como si fuera hecho en casa.