Veinte años después de su temprana desaparición, Jaime Gil de Biedma sigue tensando las pasiones. Cuando todavía no se han apagado las voces críticas a la película El cónsul de Sodoma, un retrato escorado a los aspectos más vidriosos de la vida del poeta, con especial atención a sus correrías homosexuales, aparece ahora, con voluntad de revulsivo, El argumento de la obra (Lumen), título que recoge la correspondencia del autor y que según su editor y compilador, Andreu Jaume, quiere reivindicar "el enorme rigor y la responsabilidad que Gil de Biedma demostró siempre hacia su obra".

Coincide en librerías, junto a esa novedad, el volumen de obra completa Poesía y prosa (Galaxia Gutenberg) que aunque no aporta textos inéditos recoge, entre diversas entrevistas y miscelánea, la traducción que Gil de Biedma hizo del Eduardo II de Marlowe, como principal punto de interés.

El montaje de las 250 misivas intenta establecer una continuidad epistolar con la apariencia de "una autobiografía intelectual y moral", a partir de la primera, fechada primavera de 1951 en Salamanca --donde el joven poeta estudiaba el último curso de derecho-- y que está dirigida a su gran amigo y cómplice el también poeta y posterior editor Carlos Barral. La correspondencia cruzada entre ambos es de las más extensas, junto a la de Francisco Mayans, diplomático e introductor del joven Gil de Biedma en la sociedad británica; la de Gustavo Durán, compositor, espía y personaje extraordinario y la del poeta Luis García Montero, uno de sus más asiduos corresponsales en su etapa final. Es a él a quien agradece en una de las últimas cartas, ya minado por el sida, que Alberti le haya postulado para un Premio Cervantes que no llegaría. La última carta, fechada el 29 de noviembre de 1989, a poco más de un mes de su muerte, está dirigida a su primo Santiago para pedirle que comunique su cese en Tabacos de Filipinas. El libro ahonda también en episodios menos conocidos del poeta como su relación con las grandes figuras del exilio como Jorge Guillén --el maestro admirado por el que se desencadenó su vocación poética--, María Zambrano, Natalia Cossío o Gustavo Durán.

INTIMIDAD Y aunque no juegue a eso, es inevitable que en la correspondencia, inédita en buena parte, aparezcan aspectos de su intimidad. "Ahí están reflejadas su evolución sentimental, los enamoramientos y las crisis", indica Jaume, que dice haber dejado misivas fuera únicamente por su poca relevancia. "Aunque hay gente, a la que respeto profundamente, que se ha negado a darme sus cartas, para no salir del anonimato", añade el editor.

Una de las cartas que añade argumentos a la indignación de los amigos ante El cónsul de Sodoma es la que el poeta dirigió al catedrático de la Universidad de Nueva York Dionisio Cañas. Fechada en 1989, no deja lugar a dudas respecto a la ocultación social que Gil de Biedma tenía respecto a su condición gay: "Querido Dionisio. Tu deseo de escribir sobre el erotismo en mi obra y ser muy claro al respecto me ha dejado muy preocupado. Yo te pediría por favor que evitases la claridad --se ambiguo como mis poemas lo son-- si quieres hablar de este asunto. Podrías complicarme mucho la vida que bastante complicada y difícil la tengo en estos momentos e incluso causarme perjuicios personales". Añade Gil de Biedma que aunque en su círculo de amigos su homosexualidad es conocida, no es así en los medios familiares y de trabajo.

La discreción sigue siendo la norma en el destino del legado que el poeta dejó en manos de Carme Balcells y que incluye un diario fechado en 1978 que sigue inédito. Quienes han podido acceder a él afirman que no tiene valor literario, solo íntimo, pero es un hecho que Gil de Biedma no lo destruyó.