Muchos premios Nobel (109) han firmado una declaración muy dura contra Greenpeace por su oposición a los transgénicos. Tal y como está la ciencia hoy hay que saber mucho de algo para merecer un premio Nobel y yo, de las ciencias naturales de las que hablamos, sólo hice el bachiller. Por tanto, voy a opinar con mesura.

Y voy a opinar porque la gente común, que no sabe mucho de algo pero sabe algo de muchas cosas, también es bueno que delibere y construya saber colectivo.

Y voy a opinar también porque vivimos en un siglo en el que la ciencia avanza a gran velocidad y la moral y la decencia con frecuencia se estancan o retroceden... y esa desconexión nos está causando graves daños.

Y voy a opinar también porque la gente común a fuer de ver casos y cosas ya no comulgamos, como lo hacíamos antes, con la tecnolatría tan extendida y tan emparentada con un viejo pecado capital: la soberbia.

Hemos visto, por ejemplo, como la ciencia de ayer inventó unos maravillosos gases que enfriaban de maravilla nuestras cervezas- pero que estuvieron a punto de dejarnos sin capa de ozono, capa que permite que haya cerveza y vida en la tierra. Hemos visto como la ciencia de ayer inventó el DDT que iba a acabar con la malaria- y por poco acaba con nosotros. Hemos visto como, las bacterias, ayer señaladas por la vieja ciencia como el enemigo a batir, son hoy, con mejor ciencia, en general, nuestro mayor aliado y los mejores científicos nos dicen hoy que ojo con dañar el microbioma que florece en nuestro intestino con antibióticos. La ciencia de ayer nos propuso obtener energía de los átomos, la creímos tanto que llegó Chernobil, Fukusima y hemos dejado basura radioactiva para miles de años. Hoy, sin embargo, gracias a la labor de científicos mejor orientados estamos obteniendo electricidad del sol y del viento.

En resumen, tenemos ya muchos casos en que la ciencia de ayer, con la mejor de las intenciones , nos metió en unos líos tremendos, por eso Greenpeace, mucha otra gente y la propia política medioambiental europea, hemos construido juntos un concepto con el que afrontar las novedades científicas: el principio de precaución. No todo lo nuevo vale. Debe demostrarse que la ocurrencia desinteresada de un científico o la patente muy interesada de una gran multinacional no causan daños graves a nuestra biosfera y a nosotros mismos. No se trata de frenar el progreso científico, se trata de asegurarnos de que es realmente progreso.

YO ESTIMO MUCHO a las personas que han recibido un premio Nobel... pero, ya que la duda es la gran herramienta del pensamiento científico, me permito dudar y les pregunto: ¿y si determinados transgénicos fueran una solución antigua, muy propia del enfoque trasnochado de "torcerle el brazo a la naturaleza"? y ¿si enfocáramos el talento hacia la biomimesis, la imitación de la naturaleza? La Unión Europea, por ejemplo, acaba de aprobar todo un ambicioso paquete de medidas medioambientales que se pone como gran objetivo la economía circular, lo que la naturaleza lleva haciendo millones de años.

Hay, finalmente, un tema no menor. El texto de los 109 premios Nobel no es principalmente una defensa de los transgénicos. Es, sobre todo, un ataque desmesurado a Greenpeace. Y yo les pregunto, pensando en el ahora del mundo (el ahora del cambio climático, el ahora de la desigualdades extremas, el ahora de las guerras, de la xenofobia...), ¿de verdad creen que Greenpeace forma parte de los problemas del mundo?

Las energías renovables, la agricultura ecológica, el Ártico, los océanos, los ríos, los humedales, los primates, los peces... defendidos con coraje por Greenpeace, a pesar del silencio cómplice de tantos, también de muchos científicos, estarían mucho peor sin Greenpeace.

La mala ciencia, muchas veces persiguiendo intereses particulares y no generales nos ha metido en muchos problemas y estoy convencido de que la buena ciencia, guiada por la búsqueda del bien común, es imprescindible para que logremos resolver la encrucijada civilizatoria que estamos viviendo. Tenemos que lograr revertir la desconexión que se ha creado entre la economía, el gran motor de los avances en los transgénicos y en otros muchos temas, y la biosfera. Hemos creado un modelo en el que cuanto mejor le va a la economía peor le va a la ecología. Tenemos que cambiar el enfoque: la ecología no es sino la economía del largo plazo.

Estoy convencido de que los hombres y mujeres de ciencia, y especialmente los Nobel, nos ayudarán en las grandes causas de la humanidad. Y una de esas grandes causas es, sin duda, proteger la salud del planeta, nuestra salud. En el siglo XXI necesitamos una ciencia que nos saque de los líos en que una ciencia desnortada y anticuada nos ha metido. Y necesitamos, claro que sí, que los Nobel1 utilicen su voz y su prestigio para equilibrar uno de los gravísimos problemas del ahora del mundo: la desigual concentración de poder. En mi modesta y mesurada opinión, creo que ahora no lo han hecho.Director de Fundación Ecología y Desarrollo