Ya ha pasado el tan esperado, atípico y célebre 21-D y la conclusión rápida y general es que no ha servido para solucionar el problema que se había planteado y lo que es peor, lo ha enrarecido más y certificado con la firma de los ciudadanos. Dicho esto, aquí y ahora podía dar por terminado este artículo, pero vamos a ver si somos capaces de sacar consecuencias y soluciones posibles.

Lo primero que debo afirmar es que ante unos grupos políticos que como ejemplo de ciudadanía lo que hacen es manipular la legalidad, la respuesta que se recibe, en el acto más formal que tiene la democracia, es votarles; y poniéndome en el lugar de estos ciudadanos, me pregunto si yo no hubiera hecho lo mismo, de esa forma ya tendría el pretexto de elegir las leyes que deseo cumplir y con aquellas otras que no me agradan, no hacerlo.

Ahora bien, esto no elimina la responsabilidad del electorado a la hora de elegir sus representantes, pues lo que si deben hacer estos es corregir los malos actos de sus representantes, y si no lo hacen incurren en la misma categoría de perversión al modelo de sociedad.

Pero si revisamos el espectro completo de los hechos acontecidos, también observaremos que el ya tan famoso artículo 155, por despiste y dejadez de los legisladores, quizás pensaban que nunca se iba a utilizar, no se ha desarrollado y es por ello esa forma abstracta que tiene, pues se concibe más como un artículo de valor policial, antes que político, función esta que debería cumplir. De cualquier forma y aprovechando que ahora somos todos tan expertos en el 155, podríamos emplear este impulso y dar alguna lectura a la Constitución, quizás podríamos entender mejor que somos una sociedad plena de derechos y libertades y también responsabilidades.

Si continuamos con el análisis poselectoral, no podemos poner a un lado la enorme capacidad de reacción que hemos dejado a un grupo de fantasiosos, que se denominan independentistas, para jugar en total libertad con los sentimientos de ciudadanos que reciben promesas de la tierra prometida, como solución de todos sus problemas, quizás aprendamos que quienes están en política es con el único cometido de hacer política, otra cosa no sirve.

Vayamos al grano del análisis electoral; aquellos partidos políticos que reivindican la independencia de Cataluña, lo hacen basándose en que así lo han determinado las urnas, es decir que la suma de diputados de las listas del Junts per Catalunya, ideología de centroderecha, ERC, ideología de izquierdas y la CUP, antisistema, es de 70, mayoría absoluta. Si llegan a un acuerdo pueden gobernar, pero ¿qué quieren los ciudadanos si hablamos de independencia? Que el 47,71% la desea y el 51,16% no la quiere; entonces, ¿cómo se arrogan ese teórico y virtual derecho a proclamarla? Estamos ante un escenario de lo más irreal que podamos imaginar.

Dar prioridad al uso de una bandera frente a las necesidades de sus ciudadanos es lamentable; deberían ser capaces de entender la política como el instrumento que aporta garantía y oportunidad al individuo para ser libre, decidir, vivir en paz y concordia con el resto; pero la lectura que sale de estas posiciones que adoptan son las contrarias. Por definirlas, se basan en la confrontación de unos con otros.

Podíamos continuar analizando el proceso electoral del 21-D, pero mucho me temo que solo encontraríamos culpables, comenzando por los mismos ciudadanos, porque la libre y total decisión es de ellos y no vale ir un día a la urnas y estar cuatro años despotricando de lo que les sucede; por todo ello, no vendría nada mal que empecemos a reflexionar cómo deseamos vivir y qué queremos construir. Hacer y no lamentar es la responsabilidad de todos.

*Presidente de Aragonex