La feria que se ha inaugurado en la capital aragonesa, FIMA, cumple su 39ª edición, su rentabilidad y su prestigio posicionan a la ciudad como referente en tecnología agraria. Esto se traduce en millones de euros y, cuando el dinero fluye, la repercusión mediática e institucional se hace presente en apoyos y subvenciones. ¿A quién no le interesa ver los 150.000 metros cuadrados de tecnología vanguardista aplicada al campo, y a los más de mil expositores de 38 países con esos robots increíbles e impredecibles? (puede llegar a ser más entretenida que una feria de arte contemporáneo). No es de extrañar que en su inauguración se batieran todos los récords de visitantes, y es que el futuro del campo, lo que consumimos, es un aval seguro para la economía, aunque la calidad del producto sea cuestionable. La producción y el consumo es la base de cualquier negocio y hoy, sin lugar a dudas, el campo es el mayor de todos. No falla, comer tenemos que comer y nos han acostumbrado a consumir, en cualquier época del año, todo tipo de hortalizas y frutas, aunque sea en detrimento de sabores y propiedades vitamínicas, pero, eso sí, hemos ganado en presencia: pimientos brillantes, judías verdes de igual tamaño, naranjas casi bermellón, berenjenas relucientes, y ¿qué me dicen de los tomates?, a elegir; melones, uvas y fresas todo el año, pero ¿qué es esto?, ¿la alegría de la huerta?, no, no es así, quizá para pintar un bodegón con aturaleza muerta valdría, pero si algo tiene el campo, la huerta, es el disfrute de los sabores, esos que hemos perdido, casi olvidados para nuestro infortunio. No hay más desesperanza que saber lo que hemos deteriorado sin querer evitarlo.

Pintora y profesora de C.F.