El siempre eficaz Mariano Rajoy ha tardado quince años en desmantelar a algunos de sus corruptos madrileños. Lo ha hecho de manera indirecta, como trabaja él, en un plano oblicuo, dejando finalmente a la prensa, a la policía y al poder judicial ventilar la larga serie de graves denuncias que han ido concluyendo con las carreras de Alberto Ruiz-Gallardón, Esperanza Aguirre, Ignacio González y Cristina Cifuentes. Perfiles distintos, aunque unidos por una desmedida ambición y por su pertenencia a la casta burguesa.

Burguesía, la madrileña, en la cual no ha operado la cirugía de la Transición. Sus miembros, en su mayoría, aún, hijos o nietos de próceres franquistas, continúan acaparando los puestos y mecanismos de riqueza y poder. En esas tradicionales familias, el hermano más listo suele dedicarse a la fábrica, o al negocio, y el más tontico a la política, de ahí el lamentable nivel que padecen las primeras filas del madrileño PP.

Para entender lo que ha sido y sigue siendo la burguesía conviene viajar al origen de su formación, con ambas revoluciones industriales, la segunda, en especial. Sagas como Los Buddenbrok, de Thomas Mann (imprescindible su relectura), o Fanny y Alexander, de Ingmar Bergman (imprescindible su ciclo en la Filmoteca de Zaragoza) siguen ilustrándonos con detalle sobre su filosofía y práctica. La de ganar dinero, en primer lugar, para, desde un buen comercio, una buena casa, proyectar el buen nombre del clan al gobierno de la ciudad (cónsules, síndicos, alcaldes) y al mecenazgo de las bellas artes.

Imprescindible, también, en esa misma línea, pero sobre las tablas del Teatro de la Estación, el portentoso monólogo de Cristina Yáñez sobre el texto titulado Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna, del francés Jean Luc Lagarce.

La actriz zaragozana pone en pie una crítica demoledora de las obsesiones y defectos de la clase burguesa abordándola desde sus reglas protocolarias. Desde el funcionamiento de la administración, ideado para ponerse a su servicio, hasta el propio ciclo vital de los miembros de una clase atrapada en sus rígidas convenciones. Cristina Yáñez nos invita a sonreír en muchos pasajes, y a reflexionar críticamente sobre esa burguesía que ha arruinado y corrompido instituciones. Sus miembros ya están en el cielo, o en el limbo, de Madrid. Descansen políticamente en paz.