Desde el inicio de la crisis va aumentando paulatinamente el colectivo formado por aquellas personas que se han visto expulsadas del mercado laboral. Según los últimos datos, al finalizar el mes de noviembre, había 111.436 paradas en Aragón (la mitad sin prestación por desempleo). Y, respecto a España, eran 1.737.900 los hogares que en octubre tenían a todos sus miembros en paro. A este grupo, habría que sumar los subempleados, muchos pensionistas-

Una de las características del momento que estamos viviendo en la actualidad es la sensación generalizada que tenemos sobre la incapacidad, como ciudadanos, de controlar nuestros destinos. Es más, casi podría defenderse que ni siquiera las principales instituciones representativas, ni, por supuesto, los partidos políticos, atesoran un verdadero poder sobre el presente y el futuro de nuestras sociedades. El contexto de crisis es el eufemismo al que se recurre para hacer efectivas a escala estatal y autonómica las decisiones que nos imponen tanto desde los organismos internacionales como desde un ente que parece escapar a nuestro control: los mercados.

Ante este panorama, sólo queda margen para la protesta y para la oposición de manera genérica a los recortes que se están imponiendo, tanto en el ámbito de lo público (sanidad, educación, pensiones, reducción del salario de los funcionarios, despidos de interinos, etc.) como en el de lo privado (eres, convenios colectivos a la baja, etc.). Produce tristeza observar cómo sindicatos y partidos políticos de izquierda prácticamente reducen su acción, aparte de la protesta, a tratar de minimizar al máximo los efectos negativos de estas medidas, pero no se atisban en el horizonte planteamientos alternativos y radicales que rompan con esta tendencia y que ofrezcan caminos viables para recomponer la cohesión y justicia social que sin duda estamos en vías de perder.

EN ESTE SENTIDO, debemos reclamar un giro a todo el conglomerado de entidades, instituciones, partidos y sindicatos que se sitúan en el marco ideológico progresista. Si algo hay que exigir a este conjunto de actores es que dediquen sus esfuerzos, desde la cooperación, a diseñar esa nueva estrategia que muchos les estamos solicitando. Pero mientras dan esos pasos, lo mínimo que se les puede pedir es que sean capaces de situarse sin reservas del lado de las víctimas de la crisis. Entiendo por situarse del lado de las víctimas el llevar a cabo dos líneas prioritarias de acción: de una parte, se trata de que los miembros de estas organizaciones (responsables, militantes, simpatizantes) estén siempre presentes allí donde una familia sufre, donde cierra una empresa, donde un barrio se ve privado de recursos, donde un pueblo no accede a los mínimos servicios- Sólo con el compromiso personal y directo se irá generando un manto de credibilidad de carácter humano, paso previo para alcanzar la credibilidad política.

De otra parte, situarse del lado de las víctimas de la crisis significa aceptar con humildad que, mientras se construye el discurso alternativo, estas organizaciones deben abandonar sus disputas partidistas orientadas a alcanzar mayores cotas de poder, para convertirse en auténticas mediaciones que permitan el empoderamiento de las víctimas. El empoderamiento debe entenderse como el proceso a través del cual esas personas toman conciencia paulatinamente de los derechos que tienen reconocidos legalmente, así como de las capacidades que atesoran y, finalmente, que sean conscientes de sus propios intereses, muchas veces contrarios a los de los grupos dominantes. El fin perseguido por las estrategias de empoderamiento consiste en propiciar una verdadera participación social y política, es decir, que desde posicionamientos sólidos se influya de forma efectiva en los procesos de toma de decisiones, de manera que se esté en condiciones de iniciar movilizaciones que propicien el cambio social.

Como se puede observar, estos planteamientos conllevan un cambio en el ser y en la identidad de los partidos, incluidos los de izquierdas, pasando de un modelo en el que los ciudadanos son entendidos como meros clientes a los que hay que convencer de cara a las elecciones, principalmente a través de estrategias comunicativas-engañosas, a otro en el que las personas son el centro y las verdaderas protagonistas, con lo que el partido se convierte en un mero instrumento para que la ciudadanía alcance una soberanía plena y real. En este último sentido, el partido es un medio y no un fin.

ALGUNOS de los partidos aragoneses han comenzado a intuir lo esencial de este cambio de modelo y estamos asistiendo a tímidas iniciativas de apertura a la ciudadanía tanto en PSOE (Plan Hacer PSOE 2015) como en CHA (proyecto + ara), a positivos intentos de acercamiento entre CHA e IU, etc. Pero me temo que a estas propuestas todavía les falta dar el salto desde los planteamientos orgánicos y endogámicos hacia otros que les permitan centrar su acción en el empoderamiento de la ciudadana. ¿Están sus dirigentes dispuestos a dar este giro?

Sociólogo.