Madrid. El sábado por la noche el restaurante BiBo brilla por dentro, iluminado por cientos de bombillitas como una feria de abril. Entre el público hay toreros famosos, it girls, hombres y mujeres de negocios, modelos, periodistas selectos (los pocos que aún no han sido engullidos por la crisis) y otra gente bien vestida que ataca el atún de almadraba sin piedad. El establecimiento ha abierto hace poco, lleva la firma del chef Dani García (dos estrellas Michelín y tres soles Repsol en sus emplazamientos marbellíes) y se ha puesto de moda. A su puerta, porsches y audis. Más allá, bares de copas donde elegantísimos jóvenes y no tan jóvenes toman cócteles a doce euros la copa. Todo muy cool.

El domingo, a la misma hora, en los porches de la plaza Mayor se alinean los habitáculos-ataúdes fabricados con cajas de cartón, donde los sin techo va a pasar la noche. Voluntarios de una oenegé llegan con su catering solidario a repartir la cena. Tras ellos, una larga comitiva de pobres de solemnidad, transeuntes, parados de larga duración, inmigrantes sin esperanza, enfermos mentales y otros restos del naufragio forman una desordenada fila.

El Museo Reina Sofía exhibe una exposición que titula Ficciones y territorios, una intensa y extensa colección de arte referido «a la nueva razón del mundo» (el temible neoliberalismo). Hay cuadros, fotografías, intervenciones sobre productos industriales, murales, proyecciones, documentos audiovisuales, instalaciones... El efecto sobre quienes recorren las salas es sin duda desasosegante. La distopía asusta.

Era Madrid. Podía haber sido cualquier otra gran ciudad del mundo. Esa es la consecuencia del endeudamiento público transmutado en altos beneficios privados, del sistemático aumento de la desigualdad, de la individualización a toda costa, de los paradigmas ultraconservadores que convierten la libertad en un privilegio de las élites cada vez más ricas y empoderadas, e imponen a las mayorías sistemas cada vez más autoritarios y alienantes.

Y sí: en BiBo se come muy bien.