Salió El Monstruo de la cárcel locuaz, desenfadado y aprendido. Rajoy conocía la existencia de la caja B del PP, ha dicho el imputado con dentrífica sonrisa. Así que sus antiguos conmilitones se afan negando la mayor: de repente nadie conoce a Bárcenas, o apenas le recuerdan vagamente. ¿Bárcenas?... Mmm, ¿quién es ése? Tan simpático teatrillo resulta casi cómico de puro majadero. Lo malo es, mal que les pese a los gerifaltes peperos, que su extesorero y exsenador resulta mil veces más verosímil que los argumentarios remitidos desde Génova.

Ayer, Rajoy no quiso ni hablar de su viejo amigo. Sáenz de Santamaría frunció morritos y se quitó de encima las preguntas al respecto. Alonso, el portavoz conservador en el Congreso, lo bordó: extremó su habitual mueca despectiva (mirada de reojo, boca torcida) para proclamar que Bárcenas se aprovechó de que los dirigentes del PP (Aznar incluido) son (o eran) muy ingenuos. Bueno, la extrema candidez de los jefazos derechistas viene de atrás. Fraga que ya era un pobre ingenuo puso de tesorero a Naseiro. Luego llegaron al cargo Sanchis, Lapuerta... Bárcenas. Todos ellos procesados en uno u otro momento.

La Gürtel va camino de su primer juicio oral mientras la Púnica desvela su enorme dimensión. Así que los máximos responsables de la cosa (quiero decir del Gobierno y del PP) pretenden aminorar los daños a base de comunicación inteligente. Ya saben: la recuperación, la estabilidad, el no os pongáis tontos que será peor, una buena colleja al PSOE de vez en cuando y mucha leña al mono (a Podemos) hasta que recite La Iliada en griego. Mientras, los telenodos replican los mensajes oficiales y las purgas criban la plantilla de Informativos de TVE (hace poco, al periodista que habitualmente informaba sobre asuntos relativos al empleo lo destinaron, quieras que no, al programa para sordos que hace la 2 porque se empeñaba en ofrecer los datos sobre el paro con todos sus matices). En medios privados no es raro que redactores encargados de cubrir la actividad del PP sean relevados a petición de Moncloa.

Qué gente tan ingenua, ¿verdad?