En esas fechas sus caritas se tornan alegres, sonrientes, llenas de expectación. Cada día pasa algo diferente para ellos. Donde hay niños, los adultos se prestan al detalle decorativo, menús para comidas sin descanso, paseos entre belenes, luces y algodón, cabalgatas y pajes, villancicos en las calles, en las tiendas y comercios, los regalos son imprescindibles, las ventas repuntan, el gesto de sorpresa al recibir aquellos que se pidieron en carta o en deseo entra dentro del juego. Todo se diseña con antelación y la ironía se presta en el acoso de numerosos whatsapp que recibimos, los hay tiernos, empalagosos, con mensajes de vocación lacrimosa, moralizantes, la mayoría prefabricados, pero no importa por la inercia que se establece en desear lo mejor y, como ocurre una vez al año, está bien, sino sería insoportable. El preparar, el atender, el cumplir conlleva estrés y no todo son flores navideñas. El sentirse obligado a acudir a comidas y cenas no siempre se hace con el mejor deseo, pero hay que juntarse aunque el resto del año no se haga. Los niños siguen disfrutando mientras los adultos vuelven a la realidad del apagado de luces, y el Feliz Navidad se sustituye por el de Rebajas, que esta vez vienen con un sabor muy amargo de irascibilidad por los que pretenden callar la libertad de expresión en pos de un islamismo mal entendido, pura excusa para amedrentar, para ahogar las voces de los que denuncian a genocidas, a asesinos que quieren establecer subterfugiamente guerras y guerrillas e implantar el miedo, pero eso no es posible porque siempre habrá voces gráficas, habladas y escritas que no callen. Los lápices rotos volverán a sacar mina para seguir hablando y denunciando lo que otros no se atreven.

Pintora y profesora de C.F.