La propia memoria no es fiable sobre lo que hemos vivido. De una larga experiencia amarga que termina bien conserva buen recuerdo; sin embargo, si pasamos 15 días a cuerpo de rey en un hotel barato, y el último día tenemos una desagradable discusión en recepción, probablemente no volveremos al hotel. Así lo demuestra Daniel Kahneman, un psicólogo que obtuvo el premio Nobel de Economía, en su ensayo Pensar rápido, pensar despacio. El autor llega a hablar de las dos personalidades que inconscientemente conviven en cada uno: el yo que experimenta y el yo que recuerda. Aparte de decenas de sesgos o errores inadvertidos que cometemos al pensar, el psicólogo demuestra con experimentos sociales que todos tendemos a construir un relato que justifique nuestra forma de proceder.

Viene a cuento este preámbulo a la hora de valorar la novela Patria, de Fernando Aramburu, que repasa los últimos 30 años en el País Vasco a través de la historia de dos familias, al principio amigas y después cruelmente separadas por el terrorismo. Hace cinco años que ETA anunció el cese definitivo de la violencia. Como ocurre después de un incendio devastador, con el paso del tiempo la hierba vuelve a crecer. Felizmente hoy el País Vasco vive un momento dulce, sus ciudadanos miran al horizonte y hablan de pasar página. Tienen todo el derecho. Como también tendrá derecho la próxima generación a preguntarse qué paso. Se corre el peligro de que un final feliz nuble la memoria y se construya una narración que justifique los asesinatos. Aramburu aclara su propósito: "El relato tiene la facultad de transformar al terrorista en un ángel. He ahí lo que algunos queremos impedir contraponiendo nuestra versión de lo ocurrido". Naturalmente que siempre quedarán los manuales de Historia y las hemerotecas. Los historiadores analizarán las causas del terrorismo, clasificarán a las víctimas, hablarán del GAL, de la colaboración internacional... Ante un análisis riguroso, ¿qué aporta la novela Patria?

Las novelas, si son buenas, como la que comentamos, aportan un torrente de emociones turbadoras que nos hacen revivir los hechos con una potencia inusual. El autor se sirve de dos familias amigas, la una con dos hijos y la otra con tres, uno de los cuales ingresa en ETA, para narrar el proceso de descomposición tanto de los terroristas como de las víctimas. Reproduce la dictadura del miedo cuando el padre de la primera familia es señalado en cientos de pintadas como objetivo de la banda. Reprobación y aislamiento aíslan a la familia "traidora", un envenenamiento que pudre la convivencia y asfixia la libertad. El autor evita el maniqueísmo, pues al igual que narra el fanatismo helado de los que matan por la espalda, cuenta las brutales palizas en los cuarteles de la guardia civil. De igual modo asistimos a la exposición de razones de los terroristas, la comprensible toma de partido de la madre del asesino y los rencores enquistados de unos y otros. A la postre descubren que sus vidas han estado infectadas por las muertes estúpidas. La novela no concluye con un final feliz, que es imposible, y sí con el requisito imprescindible para pasar página. Aramburu, en más de 600 páginas, ha pintado un mural impresionante y necesario para comprender las décadas de sangre en el País Vasco.

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