Hace ya bastantes años Julio Cortázar tituló uno de sus libros de cuentos Queremos a Glenda (Jackson) y sobre esa inspiración le tomé prestada una paráfrasis para presentar la semana pasada, en el Salón de Plenos de la Diputación Provincial de Zaragoza la nueva novela de María Dueñas, La Templanza.

¿Por qué queremos tanto a María Dueñas?

En mi caso empecé a admirarla como lector, cuando en 2009 publicó El tiempo entre costuras.

Ya me pareció entonces que su aportación se cimentaba en el profundo conocimiento de la novela inglesa y francesa del XIX y en nuestra tradición clásica, en Pérez Galdós, especialmente, pero para proyectarla al presente con armas narrativas más contemporáneas, aplicando a sus argumentos técnicas de la novela de intriga, de la novela histórica, incluso de la rica tradición de los relatos de espionaje, pero sin limitarse o circunscribirse a ninguno de esos géneros, sobrevolándolos y derivando al cabo en una narración caudal con todo tipo de elementos y materiales, amor, psicología, atmósfera, misterio, lenguaje, sociedad... Una novelista muy dotada, en suma, que emergía desde nuestra tradición literaria para renovar la novela.

Seguí queriendo después a María Dueñas porque Misión Olvido, su segunda entrega, hablaba de nuestros hombres de letras exiliados tras la guerra civil, y muy en particular de Ramón J. Sender. De lejos, el escritor aragonés más trascendente, pero también, por desgracia, uno de los genios españoles más olvidados. Misión Olvido contenía un perfume distinto a El tiempo entre costuras; y otra protagonista, Blanca Perea, diferente a Sira Quiroga, la ya mítica costurerita madrileña.

En La Templanza, María Dueñas arma una historia plagada de aventuras y lances amorosos, de ambición y pasión, con ricos y exóticos escenarios a uno y a otro lado del Atlántico. Como protagonista, un hombre, Mauro Larrea, minero, indiano, bodeguero, en cuya piel la autora se ha metido a fondo.

También queremos tanto a María Dueñas por su fácil y generosa amistad, por su alegría y complicidad,

En mi caso, además, por todos esos inolvidables ratos en los que he tenido la suerte de hablar con ella, de aprender de ella sobre la realidad y la ficción, la literatura y la historia, y el arte de novelar.