Lejos de despejar de forma clara el camino hacia un acuerdo que posibilite la formación de un Gobierno en España, el Partido Popular dio ayer una muy vaga respuesta a la propuesta formulada una semana antes por Ciudadanos de pactar en pos de ese objetivo. Era inimaginable que el PP se plegase de entrada a las seis condiciones previas que exige el partido de Albert Rivera para poder votar sí a la investidura de Mariano Rajoy, porque eso habría significado admitir públicamente, por parte del partido gubernamental, la necesidad imperiosa que tiene de contar con el apoyo de Ciudadanos. Pero mucho menos imaginable era suponer que el PP iba a necesitar una semana de plazo y una reunión de su comité ejecutivo (más de 100 personas) para, simplemente, solemnizar una obviedad: que "autoriza" a Rajoy a negociar con Rivera, aunque sin alusión alguna a las condiciones que este exige. Un parto de los montes tanto más lamentable cuando el propio presidente había dicho que sometería esas condiciones a "debate y aprobación" de su partido.

La frustrante comparecencia de ayer de Rajoy fue una nueva exhibición de la estrategia que se ha marcado desde la noche del 20 de diciembre: vencer por agotamiento a los demás partidos y renovar la presidencia del Gobierno con muy poco esfuerzo, sin compromisos serios de introducir en la política española los profundos cambios que necesita y sin ninguna garantía de regeneración de su partido, en el que los casos de corrupción han alcanzado un nivel insoportable en una democracia.

La reunión que hoy mantendrán Rajoy y Rivera debería ser decisiva para saber si se puede desencallar el proceso de investidura, pero aunque se encarrile ese pacto a dos seguirá siendo necesario el concurso de otras fuerzas para que el líder del PP --u otro dirigente-- sea elegido. Rajoy insiste en pretender la abstención del PSOE, que, con lógica, se resiste a entrar en el juego porque no quiere aparecer como parihuela de un partido que encarna los recortes y el peor clientelismo. En una segunda votación, Rajoy sería presidente --aun con el no socialista-- si se abstuvieran el PNV y la ex CDC, antaño aliados del PP, pero la política de tierra quemada de los populares en estos años lo hace impensable. No parece haber salida, pero un pacto es inevitable, porque la alternativa --unas terceras elecciones en un año-- significaría ir hacia el abismo.