El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, pisó al final la provincia de Zaragoza tras la devastadora riada del Ebro. Una visita fugaz, entre un Consejo de Ministros y un mitin en Andalucía. Se reunió con los alcaldes afectados, pero no se rozó con los ciudadanos damnificados. No debió considerar prudente mostrar empatía con ellos ante el riesgo de recibir algún comentario que pusiera las cosas en su sitio. Paseó casi en solitario por la zona Expo y a la autopista autonómica cortada, sin gente. Trajo bajo el brazo el decreto de ayudas recién horneado en la reunión del Ejecutivo y anunció lo que haga falta. Pero las cifras que se van conociendo son cada vez más escasas para la ribera aragonesa, respecto a las generales adelantadas que integran los daños producidos en las cuencas del Miño-Sil y del Duero, también afectadas.