Hacía algún tiempo que no leía a Rosa Montero, pero el muy activo Club de Lectura de Marianistas, coordinado por Eva Flores, propuso como lectura La ridícula idea de no volver a verte y estos días me he sumergido en sus páginas.

Para encontrarme, tengo que decir, con una Rosa Montero inspirada e intensa, en busca de una suerte de catarsis personal motivada --o derivada, mejor dicho--, del reciente fallecimiento de su pareja. Frente a una prueba personal, por tanto, de auténtico fuego, en busca de luz, consuelo y verdad.

En esa búsqueda, Rosa contará con una gigantesca cómplice, Marie Curie, ducha en la esperanza, el esfuerzo y el dolor.

¿Paralelismos entre ellas, entre Montero y Curie? La constancia, desde luego, la independencia... Y no en vano la Premio Nobel perdió también a su marido, Pierre, viéndose obligada a continuar en solitario, y en muy precarias condiciones, sus investigaciones en torno a la radioactividad.

La autora española, que se ha documentado a fondo sobre la figura poliédrica, heroica, pero también humana, muy humana, de madame Curie, ofrece a sus lectores una curiosa mezcla de biografía novelada con novela autoral, donde su voz, la de Rosa Montero, la de la escritora herida en busca de redención, consuelo y verdad, encontrará en la científica polaca un asidero lo suficientemente firme como para impulsarse hacia un lugar situado por encima de su íntima pena.

Desde allí, a hombros nuevamente de gigantes, Rosa Montero oteará ese paisaje que antes tanto le afligía y que ahora, aun siguiendo transido por los humedales de las lágrimas, hace destellar en el horizonte el brillo de un incipiente sol.

A lo largo de toda la novela se mantendrá esa curiosa oscilación entre el capítulo biográfico, técnicamente más contenido, y las páginas de emotividad personal, donde vuelve a aflorar la Rosa Montero tierna e hiperrealista de sus primeros reportajes, allá por los tempranos ochenta, cuando se empeñó en renovar el periodismo a base de recursos literarios, impulsando especialmente el reportaje como género y velando en él sus primeras armas, antes de afrontar sus futuros proyectos novelísticos.

Una lectura catártica, un ejercicio de belleza para cauterizar el dolor y convertir las lágrimas en la sombra líquida de una sonrisa.