San Roque, nacido en Montpellier en 1295, pertenecía a una familia adinerada, y como muchos otros santos repartió su fortuna entre los pobres a la muerte de sus padres. Vistió entonces la capa, el sombrero y el cayado de peregrino con el que se le representa y fue a Italia, invadida por la peste, donde se dedicó a cuidar enfermos hasta que se contagió, en Plasencia. Retirado a un lugar solitario para no transmitir el mal a otros, fue hallado por el perro de un noble, quien le llevó a su casa hasta que se curó. Volvió entonces a su Francia natal, donde murió en 1327. Y fue nombrado abogado contra la peste y contra cualquier enfermedad.

San Roque proporciona consuelo al enfermo y protección contra el mal, por ello son miles los pueblos que lo tienen como patrón. Su fiesta se celebra el 16 de agosto, e invocar al santo en un mes crucial --de cosecha y ganancia, como indica la expresión hacer el agosto-- era un seguro contra tormentas y pedrisco.

Uno de los jinetes del Apocalipsis a lo largo de la historia de la civilización, la peste, ha sido la enfermedad causante de las más altas mortandades. Se manifestó ya con gran virulencia en la Grecia Clásica (diezmó la población de Atenas en el 429 a. C.), volvió en Constantinopla en el 542 d. C. con la caída del Imperio Romano de Occidente y se extendió por Grecia e Italia causando, según las crónicas, "una mortandad aterradora".

Pero su auge llegó en la Edad media, cuando la peste bubónica (así llamada debido a los bubones y manchas que dejaba en la piel) asoló Europa y Asia en el año 1348, provocando --según diversas fuentes-- hasta cuarenta millones de muertes.

La enfermedad volvería a Europa, con menos intensidad, en los siglos XVII y XVIII. En 1798, las tropas de Napoleón se vieron afectadas por ella durante la campaña del emperador en Egipto. La última gran epidemia en Europa se declaró en 1820.

En 1885, la peste en España fue el cólera morbo asiático. Entonces se ignoraba la manera de curar el mal, y los procedimientos empleados por los médicos no daban resultados seguros. Quizá fue aquella epidemia de cólera la que, junto a la tuberculosis que padecía desde hacía años, acabó en 1885 con la vida del rey Alfonso XII. Tuberculosis que también padeció Ramón y Cajal, y de la que acudió al balneario de Panticosa a tratarse.

A esta enfermedades se sumaba la gripe --también llamada entonces grippe--, con una gran epidemia que, a finales de 1889, provocó millares de víctimas. Tanto fue así que la siguiente, en 1917, se conoció en Europa como Gripe española.

Por ello no es extraño tanto fervor por San Roque en España. En Aragón lo festejan muchas localidades como Calatayud, tal y como lo dejaron plasmado en un su libro San Roque bilbilitano Joaquín Verón Gormaz y Carlos Moncín. La ermita dedicada al santo por los bilbilitanos fue reparada por su consistorio en el año 1753, conjurando así la peste.

Algo similar rememora Calamocha con su Baile de San Roque, que data de 1885, año en que la localidad turolense sufrió la epidemia de cólera y pasó con menos estragos de los temidos. En agradecimiento al santo nació la tradición.