Llevamos viviendo tanto tiempo poniendo al mercado como panacea, la eficiencia de lo privado como talismán y el individualismo como principio inexcusable, que olvidamos que siempre no fue así, que Margaret Thacher y Ronald Reagan, abanderaron en los años 80 la única revolución que ha triunfado en la reciente historia contemporánea: la conservadora. Sus ideas que lideran culturalmente el mundo y condicionan la evolución económica del mismo, nos han traído aquí.

El thatcherismo libró la lucha de clases más agresiva en la reciente historia británica: derribando los sindicatos, desplazando las cargas fiscales de los ricos a los trabajadores, y desregulando y enajenando el potente sector público a manos privadas. Para ella, "no existe una cosa llamada sociedad. Hay hombres y mujeres individuales y hay familias". Solo Reagan estuvo a su altura cuando definió por aquellas mismas fechas su pensamiento."El Gobierno no es la solución sino el problema". Mucho ha llovido desde entonces, pero sus ideas y sus prácticas de gobierno conforman el manual con que los neoliberales de todo el mundo adoctrinan la economía y la política.

¿Qué son, si no, la arrogancia de los tecnócratas de Bruselas, el desprecio a las necesidades de países quebrados, la cesión de soberanía a los organismos internacionales, la intervención en el diseño de políticas económicas propias y la inquina a los trabajadores? Los efectos colaterales en devaluación de la democracia e incremento del descontento con su funcionamiento pasan al debe de los gobiernos de turno, a los que se les priva de margen de maniobra para hacerles frente.

Sus consecuencias las vemos en el crecimiento de la pobreza de los trabajadores europeos; en el incremento de 26 millones de personas en 2015 que no participaron del mercado mundial de trabajo, superando ya los 2.000 millones, en los 327 millones de trabajadores que viven en extrema pobreza (menos de 1,9 $/día), o los 967 millones que se sitúan en pobreza moderada (con salarios entre 1,9 y 5 $/día). Y hasta en las previsiones que la cumbre de Davos hace sobre las transformaciones del mercado de trabajo en los próximos cinco años, cuando afirma que por cada 7 millones de empleos que se pierdan, tan solo se recuperaran dos, casi siempre peores.

El PP es un discípulo aventajado, lo demostró en los gobiernos de Aznar entre 1996 y 2004 y lo ha superado con creces Rajoy en estos cuatro años, haciendo de la crisis el caballo de Atila para pisotear conquistas imprescindibles, arruinar clases medias, devaluar la vida de los mayores y dejar sin futuro a nuestros hijos. Ha borrado de la vida social y política los problemas y hasta la existencia de la clase trabajadora.

En sus intervenciones no hay lugar para ese 12,5% de trabajadores, mayoritariamente mujeres, que como mucho cobran el SMI, ni para quienes no pueden despegarse del móvil, a la espera de una llamada para trabajar un fin de semana, unas horas, unos días... No son los únicos responsables. Deslumbrados por la bonanza del pasado, vimos en el imaginario de la clase media el hueco por donde esfumarnos, creyendo ingenuamente que el origen de clase no importa, "como si ser hombre o mujer no importase en Arabia Saudi".

Los nuevos tiempos de la política no tendrían que significar la continuación hegemónica de estas ideas, pero es preocupante ver cómo en la izquierda emergente la lucha de clases ha sido sustituida por la lucha de la gente, los de arriba contra los de abajo, la casta contra el pueblo, ni izquierda ni derecha... Urge recuperar para el debate público y mediático su existencia, para hacer frente a los problemas de desigualdad y exclusión social, es prioritario conseguir un trabajo decente, con derechos laborales y sindicales, capaz de dignificar a las personas y poner en valor el esfuerzo, la capacitación y la formación. No será fácil, las nuevas fuerzas de izquierda deben tejer complicidades con las organizaciones representativas del mundo del trabajo, huyendo de prejuicios y competencias innecesarias.

Las leyes de emergencia social, cubren necesidades urgentes, pero no resuelven el empobrecimiento de los trabajadores. Eso solo es posible disputando a la clase dominante el desigual reparto de la riqueza actual. Y ahí son fundamentales los sindicatos y los viejos valores que aún aportan de solidaridad, negociación y movilización.

Al hilo de las contradicciones de la nueva política con el pasado, recuerdo el debate sugerido por la película italiana La clase obrera va al paraíso de Elio Petri. La cinta, ya en 1971, relata la autodestrucción de un líder sindical, al no superar las contradicciones de su proceso de desideologización por el avance del consumo y el individualismo , con el ansia de emancipación que supone las luchas obreras de los años setenta en el norte de Italia. Como ya escribió Arnoldn Toynbee, hay hechos históricos que se repiten constantemente, aprender de ellos es cosa de cada cual.