Está tan desanimado, tan triste y tan deprimido el zaragocismo que cualquier pequeña alegría se convierte en un motivo para la esperanza. El clavo ardiendo de estos días frenéticos de cierre de mercado, y seguramente de buena parte de la travesía por el desierto de Segunda, ya tiene cara y ojos. El primer entrenamiento de Ángelo Henríquez con el Real Zaragoza atrajo la curiosidad de cerca de 400 aficionados. Su cesión desde el Manchester United ha levantado más expectación que el fichaje anterior de cualquiera de sus compañeros de viaje.

Solo tiene 19 años, por lo que obviamente estará por hacer como futbolista, pero viene de donde viene y eso es garantía de calidad. Internacional absoluto con Chile, una selección de fuste en Sudamérica, de él se esperan goles. Muchos goles. Goles para subir.

La Romareda es un estadio habituado a disfrutar de puntas de lujo (Milito, Villa, Morientes...). Estos son tiempos peores. Henríquez es el mejor producto al que ahora podía aspirar el club. Su voluntad por venir y la buena relación de Pitarch con John Alexander, secretario técnico del United, han allanado el acuerdo. En medio de este desierto de desencantos, Henríquez ha levantado un ligero viento de ilusión.