Miedo ante un futuro incierto y una crisis económica sin precedentes. Esos fueron los dos ingredientes básicos que se combinaron en la jornada de huelga general celebrada ayer en Aragón. Una comunidad que vivió el 29-M dividida en dos, lo que da argumentos a partidarios y detractores para llevar a su terreno el veredicto final de este paro. Con todo, según lo expuesto ayer por sindicatos y Gobierno, este pulso tiene visos de vivir nuevos capítulos en los próximos meses.

De telón de fondo, una crisis económica galopante que se agudiza en este 2012 y que, al margen de apoyar o rechazar la reforma laboral, dibuja un sinfín de circunstancias personales nada desdeñables --incluídas las de los casi 110.000 parados que ya hay en Aragón-- que impiden emitir un juicio definitivo sobre el 29-M. La sensación, no obstante, es que, el malestar y la movilización es creciente entre la sociedad aragonesa.

PARA TODOS LOS GUSTOS Así las cosas, la sociedad está dividida en dos: los que ven en las movilizaciones la forma de frenar la precarización del mercado laboral y aquellos que creen que hay que esperar para ver el resultado de los cambios introducidos por el Gobierno de Rajoy. Y la brecha entre ambos se agranda.

Lo que parece claro y en lo que patronal y sindicatos coincidieron es que la industria aragonesa --con las grandes compañías a la cabeza-- se convirtieron en el gran activo de la huelga debido al mayoritario seguimiento en empresas como General Motors, CAF, Saica, Pikolin, Jhonson Controls y Balay, por citar a algunas. Aunque también notable, en las pymes industriales hubo una respuesta más tibia. En el extremo opuesto se situó el pequeño comercio y la hostelería, sectores en los que el cierre de establecimientos fue casi una anécdota.

Mientras, los trabajadores de la función pública respondieron de forma desigual a la convocatoria, con un mayor respaldo a la huelga en Universidad, --donde casi todas las facultades permanecieron cerradas--. También se notó el paro, aunque el seguimiento fue inferior al 45%, en la DGA, así como en Educación. El respaldo fue mucho más bajo en el Salud y en Justicia.

UN DÍA EXTRAÑO La de ayer fue una jornada extraña, que no puede calificarse como la de un día festivo, pero tampoco como la de un día normal. La actividad en las calles disminuyó, al igual que el tráfico. Uno de los termómetros que mejor miden la incidencia de una huelga es, sin duda, el consumo eléctrico. Durante el 29 de marzo, Aragón registró un descenso del 15%, segun datos del sector. El debate sobre el impacto de esta huelga general respecto a la del año 2010 está servido.

En definitiva, el 29-M ofreció ayer una fotografía dispar, que también muestra la polarización del mercado laboral aragonés, tanto desde el punto de vista de la actividad productiva (una mayor terciarización de la economía) como desde la perspectiva política (cambio de Gobierno) y económica (incertidumbre y desconfianza).

En un momento en el que el consumo está bajo mínimos, pocos son los establecimientos y autónomos que se pueden permitir el lujo de parar un día. Mientras esto ocurre, en la gran industria aragonesa, plagada de expedientes de regulación de empleo (ERE), el cese de la actividad se vivió casi como un alivio ante la falta de pedidos.

No faltó, por supuesto, la guerra de cifras entre el Gobierno, la patronal aragonesa y los sindicatos. Desde la CREA cifraron el seguimiento "global" de la jornada en un 16%, con especial incidencia en la industria (24%). Unas cifras que contrastan con las de los sindicatos, que situaron el respaldo en el 75%. Mientras, para la DGA la huelga fue secundada por un 23% de trabajadores.

LA GUINDA DEL DÍA Uno de los actos centrales de la jornada fue la gran manifestación que se vivió en Zaragoza, en la que quedó patente que el descontento con la situación cotiza al alza. Miles de aragoneses recorrieron las calles de la capital para rechazar, una vez más, la reforma que regula el mercado de trabajo.