En respuesta a un artículo publicado el 31 de marzo, que comparaba la educación concertada con el sistema empresarial, me he animado a escribir estas líneas. Me gusta que las personas que se atreven a opinar, al menos, contrasten datos y realicen una mínima labor de investigación para no llenar las páginas de un diario con lo que yo considero falsedades. Por mi parte, intentaré transmitir serenidad y hacer un ejercicio de respeto hacia el autor de dichas opiniones y hacia todos aquellos que comparten su visión, tratando de diferenciarme de él en estilo y actitud.

Me ha sorprendido a raíz de los acontecimientos de las últimas semanas que los defensores de la escuela pública se lancen a atacar a aquellos que hemos elegido un colegio religioso y concertado para nuestros hijos, y a sus profesores, equipos directivos, etc. ¿Tantos recursos van a aumentar en las escuelas públicas con el dinero que pretenden ahorrarse en los conciertos? ¿Celebran que sus hijos van a estar mejor atendidos ahora? ¿O que por fin no es la marea verde la que sale a la calle porque le han «metido un gol» al otro bando…? Porque es eso lo que se están generando: dos bandos. Muy triste. No había necesidad de seguir el juego a los políticos que, para darles caramelitos a sus seguidores, promueven una confrontación social en un tema tan sensible como este. Por cierto, he trabajado y trabajo en la enseñanza pública; he defendido y defiendo los valores de universalidad y calidad educativa para todos, en beneficio de las personas y del sistema, que quede claro antes de seguir. Pero lo que considero prioritario es dotar de mejores recursos a todos los centros educativos sostenidos con fondos públicos, para que nuestro sistema educativo tenga el mejor profesorado, motivado, con recursos y con apoyo social, independientemente de los valores e ideología de la institución educativa. Ese es el frente de batalla, común para todos, en beneficio de la convivencia y calidad humana.

Primero, los conciertos no se restringen únicamente al ámbito educativo, sino que son una práctica del estado para facilitar que los servicios lleguen a todos cuando las infraestructuras públicas no son suficientes. Y no hay que remontarse a tiempos de la dictadura para justificarlos. Actualmente, por ejemplo en sanidad, a muchas personas les derivan a clínicas privadas para realizarles pruebas diagnósticas o intervenciones quirúrgicas, facturas que paga el sistema público de salud. ¿También atenta ese concierto contra la libertad de elegir si quieres que te curen o no? Seguramente, el autor del artículo al que me estoy refiriendo no se escandaliza cuando observa que de su bolsillo se paga una resonancia o una cirugía en un hospital privado a un paciente de la Seguridad Social.

Segundo, afirma que se dejan de financiar 29 aulas de 2.000 para ridiculizar los fundamentos que nos movilizan en defensa del concierto educativo. Así no se hacen las cuentas, ese no es un dato riguroso. No son aulas: son vías. Si se elimina una vía en 1º de Infantil, en los sucesivos años es un aula menos por curso. Pero lo importante es que esa reducción revierte exponencialmente en muchas otras cuestiones a nivel de centro educativo.

En tercer lugar, claro que somos libres de elegir pagar por la educación de nuestros hijos, lo somos en el sistema actual, en el que aquellos que quieren pagar ya saben muy bien a qué colegios tienen que ir. Pero también, los que no quieren hacerlo, o no pueden, tienen la posibilidad de escolarizarlos con calidad en coherencia con sus valores. Porque, volviendo a los datos aportados de que hay unas 2.000 aulas concertadas en nuestra comunidad, eso se traduce en unos 45.000 escolares a una ratio de 20/25 por aula. Pienso que ni la mitad de las familias de esos alumnos podrían ejercer su derecho a “elegir pagar” por la educación las tarifas de los colegios privados.

Y, por último, ha sido especialmente dañino el comentario de que la escuela concertada no quiere someterse a las normas de atención a ACNEAEs (alumnos con necesidades específicas de apoyo educativo). Me consta que en muchos colegios concertados la respuesta de inclusión y apoyo que se realiza a estos niños y niñas es pertinente y acogedora, las familias están satisfechas y no se escatima en recursos para ellos. Sin contar con financiación pública, se trabaja en aulas específicas para alumnos con TEA, déficits sensoriales, psíquicos y motóricos. Y respecto a la acogida de alumnos multiculturales, no hay más que echar un vistazo a colegios ubicados en sectores como Delicias o el Barrio Jesús de Zaragoza, por ejemplo, para darnos cuenta de la enorme diversidad que convive por sus pasillos a diario.

Para concluir, hago una propuesta de reflexión: la educación no es un servicio de trasvase de conocimientos del profesorado a los alumnos que se pueda comparar con cualquier otra actividad productiva o empresarial, eso sí es demagógico. Educar es avivar la llama que cada persona posee para potenciar al máximo sus competencias, en un contexto de humanización y respeto. A ver qué ejemplo damos a los pequeños de la casa de ahora en adelante...

Profesora de Ciencias de la

Educación de la Universidad

de Zaragoza y Orientadora