Son casi las dos de la tarde. El sol no da tregua desde casi las diez y media de la mañana. "Con una botella de agua, ningún problema". Liliana Dumitriu lleva varias temporadas trabajando en la finca de Javier Nicolás, en Chiprana. La orilla del pantano de Mequinenza está cercana. Buena zona para pescar siluros, explican. Los paraguayos poco a poco llenan las cajas de la cooperativa Chipranesca. El equipo, formado casi todo por mujeres de origen rumano, está a punto de detenerse para comer.

Antonio Santos es uno de los pocos españoles que trabaja en una cuadrilla de recolección. La mayoría de los temporeros nacionales se ocupa de labores de coordinación o son tractoristas. El resto de los trabajos relacionados con la fruta los desempeñan en las cooperativas. "La mayoría de los temporeros repite todos los años con el mismo fruticultor, sobre todo si el trato es afable", destaca Santos. Asegura que lo que más se valora es que los trabajadores no dejen la campaña a mitad para cambiar de empleo y explica que la convivencia con los temporeros llegados de otros países es buena. En todos los sentidos. "En Chiprana no se producen incidentes entre las nacionalidades, aunque muchos de ellos vivan en casas compartidas", reconoce.

Dumitriu también repite año tras año con el mismo equipo de recolectores. Tiene a la familia en el pueblo y se ha casado con un español. Cuando se acaba la campaña intenta trabajar en las brigadas municipales o se dedica a cuidar de sus hijos. "Lo peor de todo es el calor: en mi país hace mucho más frío", explica con humor.

En la cercana Maella los paquistaníes son mayoría en las labores agrícolas. Estas semanas el aclareo y embolsado de melocotones copa todas las manos. Si el ritmo es bueno un trabajador puede llegar a colocar unas 5.000 bolsas blancas al día. 8.000 si es muy experimentado. Como cobran a tanto la bolsa el sueldo ronda los 70 euros diarios. Sajjad Akbar trabaja en las fincas de Antonio Tudó. Reside con otros tres compañeros en una casa del pueblo. "Todos los años regreso a la misma finca", dice. Los meses que no hay trabajo en Aragón regresa a su país natal. Allí también se ocupa de labores agrícolas ayudando a su hermano. Cultivan melones y patatas. "El sueldo que me pagan aquí es mucho más elevado de lo que ganaría en casa", destaca. Además siempre acude con el contrato asegurado. "Regreso sin aventuras", explica convencido.

Desplazamientos

Algunos temporeros no realizan el viaje de vuelta en varios años. Con habilidad pueden ir enlazando campañas y tener ocupado todo el año. En este caso es más difícil asegurarse los contratos. Cuando en noviembre finalice la recogida de melocotón, bastantes de desplazarán hasta Castellón, Tortosa o Valencia para comenzar con la naranja. Hasta el mes de febrero, si todo va bien. Luego puede llegar la cereza. Y en marzo regresar a Aragón para las primeras labores con la fruta temprana.

Tudó explica entre las cintas de envasado de la cooperativa Fruma de Maella que en los últimos años la contratación legal de los temporeros se ha convertido en la tónica habitual. Nadie se arriesga a las multas porque las inspecciones son frecuentes. La excepción se produce en las explotaciones más pequeñas en las que únicamente se coge una o dos semanas. "Muchos fruticultores estamos intentando cultivar variedades diferenciadas que nos permitan alargar las temporadas para poder trabajar con menos gente durante más semanas", reconoce.

En el interior de la cooperativa la mayor parte de los trabajadores son del municipio. A pesar de lo que pueda parecer, la crisis no ha devuelto al campo a los trabajadores nacionales. Por ahora todavía no hay mucho trabajo. Las próximas semanas los melocotones desbordarán las líneas de triado y empaquetado.