--Se prodiga poco públicamente y forma parte de una generación de políticos aragoneses cuya figura ahora se reivindica. ¿Nota ese afecto?

--Sí, lo noto. Me para mucha gente desconocida por la calle que me saluda y les agradezco ese cariño. Han pasado casi 30 años y que se acuerden bien de uno es muy reconfortante.

--¿Esa generación habría actuado de forma distinta a la actual en unos momentos tan complejos como los de ahora?

--No es una cuestión de generaciones, sino de circunstancias históricas. Nos tocó un momento clave y bueno en política. ¿Qué hubiéramos hecho en circunstancias como las actuales...? Pues no lo sé, porque la política tiene muchas líneas rojas que no puedes transgredir.

--¿Considera que el PSOE fue injusto con gente como usted?

--No. En los partidos uno tiene apoyos y cuando pierde es porque otros tienen más. Cuando era secretario general y presidente de Aragón tenía amistad y proyectos e ideas comunes con Florencio Repollés, presidente de la DPZ y con Sáinz de Varanda, alcalde de Zaragoza. Llevamos el PSOE hacia delante sin grandes tensiones, aunque las había. Durante mi mandato murieron los dos. Hubo una brecha por su sucesión y me quedé en el límite de los apoyos. Había también otra circunstancia... Procedía del PSA.

--Que acabó con la integración en el PSOE...

--Era un socialismo dividido frente a una derecha poderosa. Se tantearon dos líneas, la de unirse con el PSOE o el PCE o la de seguir como un partido de izquierda aragonesista. Las dos eran válidas. Se decidió mayoritariamente unirse con el PSOE, como había ocurrido con el PSC en Cataluña. Pero el PSOE no había asumido la corriente federalista que pedíamos en el territorio. Veía con precaución cualquier sensibilidad identitaria. Me pasó factura porque la ejecutiva federal me veía con recelo por considerarme un peligroso nacionalista. Eso también me apartó de la batalla. Fue preferible, porque lo contrario habría producido desgarros en el socialismo aragonés y no estábamos para luchas internas. Me pusieron un puente de plata con la dirección del Icona, que necesitaba una profunda modernización y la aproveché gustoso. A veces tengo la sensación de que fui yo quien abandonó la política en Aragón, no al revés.

--¿Le piden consejo en su partido? ¿Participa usted?

--Casi nadie, estoy apartado. Y lo prefiero. Quien más en cuenta me tiene son las Juventudes Socialistas, y eso me reconforta.

--¿Cómo ve a la izquierda aragonesa?

--CHA e IU están menos contaminados, pero es cierto que nunca han tenido el poder. Les resulta más fácil diferenciar el discurso y perder menos credibilidad, aunque también han perdido parte. El PSOE tiene dificultades para ofrecer un discurso diferenciado y recuperar la credibilidad. Esto pasa por soluciones muy drásticas, como cambiar la estructura del partido, acercarse a la sociedad y dar voz a las bases. Pero el problema ahora mismo es el de la falta de credibilidad del sistema democrático.

--¿Aragón perdió una oportunidad con su Estatuto y la vía lenta?

--Hay que ver las circunstancias en que se produce el proceso autonómico. Los partidos centralistas querían resolver Cataluña y País Vasco y nada para los demás. Era inaceptable, porque Andalucía o Aragón también tenían un fuerte sentir autonomista. No contamos con el apoyo de UCD, cuyo peso en Teruel fue decisivo para retrasar la autonomía. Decidimos desarrollar el autogobierno sin esperar, aunque fuera por la vía lenta. Pudimos recuperar el tren. No me gustó el Estatuto, pero siendo realistas y con las dificultades que tuvimos, estoy satisfecho. Mi partido tampoco nos apoyó.

--¿Le pasó factura electoral?

--Sin duda. En las ejecutivas siempre defendí la vía rápida, que nos la negaron porque temían las presiones de Cataluña y País Vasco. Enrique Múgica se negó en redondo a facilitar a Aragón cualquier ampliación de competencias. En campaña electoral, Joaquín Almunia vino a Aragón y se opuso a nuestra autonomía. Supe que habíamos perdido la mayoría, que teníamos cerca, y que no gobernaríamos. Con el tiempo, las dos alas tradicionales de mi partido, la jacobina y la federalista, llegaron a entenderse y ahora el PSOE apuesta por una España federal, que creo que es la solución. No se me caen los anillos por pensar en una España confederada.

--¿Qué diagnóstico hace?

--Cuando pienso en las gentes de UCD que se pasaron al PAR y reclaman ahora con ansia la autonomía que entonces negaron... ¡Qué falta de coherencia! Ese es el mayor problema de la política de Aragón, su falta de coherencia. Hay carencias de liderazgo y de proyecto político. Yo siempre decía que Aragón no es Cataluña, donde las cuestiones de país y sociedad son intocables y no entran en el debate político, sino en el de la acción. Aquí, sin embargo, se revisa todo y nuestra conciencia de sociedad aragonesa no es la de los catalanes. Hay incapacidad para llegar a acuerdos básicos sobre ciertas cuestiones. Ese es el peor defecto de la política aragonesa. Cuando vivía en Madrid y volvía a casa se generaba un revuelo tremendo porque pensaban que volvía la mosca cojonera. Me entristece que sigamos dando vueltas a lo mismo y han pasado 40 años.

--Sentó las bases de un Aragón casi sin autonomía. ¿De qué está más satisfecho?

--Del acercamiento de los servicios sociales de base a la ciudadanía. Había que dotar a los ciudadanos de unos instrumentos de asesoría sobre cuestiones muy íntimas. Hasta entonces lo gestionaban las parroquias y quien no se acercaba a la Iglesia estaba fuera del sistema. Mucha gente que se quería separar ni sabía hacerlo. Donde había un alcalde socialista, su despacho parecía más un confesionario de asuntos íntimos que de problemas municipales. Hay otra cosa...

--Dígame...

--La modernización del sistema sanitario y la integración de los hospitales en un solo sistema, después de mucho debate. Se crearon centros de salud en las comarcas, se dotaron con medios y garantizamos el derecho universal a la sanidad, con médicos de cabecera con medios para atender especialidades de forma básica.

--Fue el precursor del I+D+i...

--La puesta en marcha del Instituto Tecnológico de Aragón me enorgullece porque se dio acceso a las pymes al desarrollo tecnológico y a la innovación cuando hasta entonces no podían. Ahora el ITA tiene talla internacional.

--Un asunto capital y aún no resuelto es la política hidráulica.

--El desarrollo del regadío debía servir para consolidar la población, acabar con las desigualdades en el campo y crear infraestructuras que permitieran una posterior industrialización. Planteamos la prioridad de lo que llamamos manchas verdes, corredores económicos básicos. Había que convencer al Ministerio de Economía de que eran prioridades rentables, aunque fueran costosas.

--¿Lo logró?

--Viajé por Aragón con el entonces secretario de Estado de Hacienda, Rafael Fernández Ordoñez, para convencerle. Entendió que era algo coherente. Hasta Quinto había desarrollo gracias al Canal Imperial, pero de ahí hasta Cataluña hay un salto al vacío que son los Monegros. Eso es una espina, porque ese desierto está atravesado por una autopista, iba a pasar la alta velocidad, estaban las líneas eléctricas y de gas más importantes y es triste que las infraestructuras estuvieran y no se pudieran aprovechar para consolidar un desarrollo. Teníamos que desarrollar los regadíos de Monegros. Se había hecho el túnel del canal, pero el agua no llegaba.

--El conflicto entre el llano y la montaña, al que usted era sensible, sigue latente...

--Lo que tratábamos de hacer, porque no había nada, era una planificación y un pequeño ensayo en una zona para ver si podía funcionar. Era corresponsabilidad de la comunidad hacer una política de embalses y regulación de los ríos coherente. La política de la CHE era, si se podía hacer un embalse, hacerlo cuanto más grande mejor, daba igual lo que se inundara.

--Fue la época de Campo...

--Había que decir a los regantes que debían modernizar los regadíos, regar con sentido y buenas técnicas. Analizamos los suelos de Aragón, defendimos la construcción de balsas en el propio sistema para autorregulación y que se optimizaran los recursos para dejar de machacar a la montaña. Todo eso, que ahora es evidente, se tenía que poner en marcha, porque salvo en la zona oriental de Aragón, en el resto faltaba mucho para desarrollar estas alternativas.

--¿Qué le parece el recrecimiento de Yesa?

--El problema de Yesa no es ahora un problema de almacenamiento sino de la necesidad de cambiar la presa por sus problemas de estabilidad y que se pueden paliar con una presa de tierra. Yesa inundaba lo poco que quedaba de las huertas de Sigüés, Artieda o Mianos. Propugné un canal y un miniembalse en Embún, sin afecciones medioambientales y sociales que habría permitido regar esa zona y cambiar la estructura económica. Era de justicia que no se hiciera ningún embalse si no conllevaba el desarrollo de las zonas afectadas.

--Y no se ha resuelto en 30 años. ¿Qué opina del resultado del Pacto del Agua?

--Es el foro que tenía que haber contemplado todas esas estrategias. El problema que tiene el Pacto del Agua es que solo figuran embalses, y no el resto de la filosofía. No llega ni a la altura del zapato de lo que planteábamos en la Estrategia para los riegos de Aragón. No estaría de más que se lo leyeran algunos. Creo que ahora es más válida, porque la actividad agraria ahora no es atractiva y se siguen reclamando más hectáreas de regadío. Lo que más me duele es que aquello fracasara por envidias políticas. Se torpedeó porque nadie quería que otro se apuntara un tanto. Me parece de una cortedad de miras tremenda y perdimos opciones grandísimas. Habría ayudado a abrir cauces de entendimiento en el conflicto entre la montaña y el llano.

--Como hombre de montaña, ¿que le parece la apuesta de la nieve como sector estratégico?

--Una estación de esquí bien planificada no causa grandes agresiones. Y estas no vienen de los remontes ni de las pistas de esquí si están bien trazadas, sino de las urbanizaciones y de los aparcamientos, porque son impactos irreversibles, contaminan las cabeceras de los ríos, en zonas donde estos no tienen capacidad de autodepuración y destrozan el flujo hidráulico. Para hacer pistas de esquí yo defendía unos criterios irrenunciables: tocar el terreno lo mínimo, sin grandes movimientos de tierra y reponiendo el pasto, y enterrar líneas eléctricas, sin párking ni grandes urbanizaciones.

--¿Apoya unir estaciones?

--No es más que un impacto publicitario, porque la cantidad de personas que podrían pasar de una estación a otra en el mismo día no llegaría al 5% del total, porque los dejaría a cien kilómetros de donde han aparcado. Pero ese impacto publicitario me parece muy interesante, porque tenemos que competir con Francia, Andorra y Cataluña. Pero habría que hacer las urbanizaciones en el piedemonte, entre Jaca y Sabinánigo, facilitando un transporte público que acercara a los esquiadores a las pistas. Se resolvería si se aprovecharan las vías del Canfranc. Si se hace con cabeza, la unión de estaciones por Canal Roya o la ampliación de Cerler no son un problema medioambiental grave.

--Y la gestión semipública de la nieve, ¿qué le parece?

--Aramón plasmó lo que ya era una realidad, que Ibercaja y las instituciones tenían gran parte de las estaciones. Porque aunque se piense lo contrario, no es un negocio rentable pero generan impacto positivo donde están. Lo mismo ha pasado en Francia. Otra cosa es que piense que se han hecho inversiones por encima de lo que el mercado demanda, lo que dificulta su sostenibilidad.

--Usted es de Canfranc. ¿Se cree la reapertura?

--Tengo mala impresión. El Canfranc tiene un problema de origen y es que se construye en un momento en el que cambia la tecnología ferroviaria. Hay un tramo que es un desastre, de Anzánigo a Ayerbe, con curvas muy cortas y una velocidad máxima de 20 por hora. Eso es difícil de resolver. Nosotros diseñamos un túnel corto por Sierra Caballera, que reduce 30 kilómetros el recorrido y quita el tramo malo. Entonces sería fácil reconvertir la línea, lo que permitiría un tráfico de mercancías bastante local, pero positivo. Igual pasaría con el de pasajeros, porque unir Zaragoza y Pau, un área muy despoblada, tampoco tiene mucho sentido. Para que se desarrolle debe mejorar la economía y sobre todo que deje de gobernar la derecha antisocial y del tea party. Y aunque el transporte de mercancías sea periférico, si se reabre sería positivo.