Los envases que los zaragozanos depositamos en el contenedor amarillo sirven para fabricar desde salpicaderos de coches a material de construcción, pistones de motores, láminas y papel de aluminio y de acero, mobiliario urbano, bolsas de basura, juguetes, cubos, nuevos envases, papel, cartón o incluso fibra térmica para tejer prendas textiles de abrigo. Un ciclo de vida para el que Zaragoza aporta mensualmente una materia prima de 350.000 kilogramos, o sea 4.112 toneladas anuales.

Pero, ¿cuál es el proceso por el que una lata, brik o botella de plástico acaba transformándose en estos otros productos? Y, ¿quién lo paga?

La campaña lanzada por el ayuntamiento, junto con la Fundación Ecología y Desarrollo, para potenciar en la ciudad el separar para reciclar , invita a conocer en una carpa instalada hasta el 16 de mayo en Gran Vía para qué sirve el depositar esta basura en un contenedor independiente. Por un lado, a nadie se le escapa la suciedad y la contaminación que acumulan los suelos, mares y cielos. Y por otro, la posibilidad que se tiene de reutilizar gran parte de esa basura.

El porqué

Entonces, ¿por qué no hacerlo? Más aún cuando en Europa rige la norma de quien contamina, paga. Por lo que es el consumidor quien, sin saberlo, costea el sobreprecio del impuesto verde cargado a las empresas en el momento que compra los productos.

La recogida selectiva de envases ligeros la realiza a diario en Zaragoza, mediante contrata, la empresa FCC, que se encarga de vaciar los 140 iglús y 2.031 contenedores amarillos distribuidos por toda la ciudad. Y de trasladar su contenido hasta la miniestación de transferencia instalada en el vertedero de Torrecilla de Valmadrid.

Dado que Zaragoza carece de una planta de clasificación, todos los envases se trasladan a Tudela. Aquí comienza la separación de plásticos, latas y briks para finalmente obtener bloques de: aluminio, hojalata, PET (Polietilén Tereftalato), HDPE (Polietileno de alta densidad), LDPE (Polietileno de baja densidad), PVC, PP (Polipropileno), PS (Poliestireno), cartón y plástico LDPE.

Los envases se vierten en una cinta única que pasa por una máquina rompebolsas que abre aquellas que se depositaron cerradas en el contenedor. La cinta continúa hasta un trómel o cilindro con orificios de 6 centímetros de diámetro que separa los vidrios rotos, tapones y demás desechos pequeños, que van directamente a la zona de rechazo.

La basura prosigue dentro del cilindro, y esta vez pasa por orificios de doce centímetros, por los que escapan latas, bricks y envases de mediano tamaño. PET, polietileno y PVC se retiran manualmente de la cinta, y el resto acaba en un rodillo con un electroimán que separa el aluminio del hierro.

Los envases que quedaron dentro del trómel se separan manualmente, dejando las latas de aluminio, de hierro y los rechazos para el rodillo electroimán, que los clasificará.

Así, de manera manual o por medio de las máquinas, todos los desechos están ya clasificados y empaquetados , listos para ser transportados a las diferentes empresas de reciclado.

El PET viajará a una planta de Guipúzcoa, que los transformará en escamas para ser reutilizados en coches o textil como fibra térmica; el brick será triturado en Lérida, que recuperará el cartón que contiene; el HDPE irá a Barcelona, y será componente de juguetes o envases; el LDPE es transportado hasta El Ejido (Almería), única planta para ello; el hierro, a una chatarrería de Pamplona, y el papel a la papelera. Pero, para todo esto, lo primero ha sido separar los envases en el propio domicilio.