Cada vez hay más procesiones y más gente que participa en ellas. Bastantes días antes del clímax de Viernes Santo, ya desfilan por Zaragoza cientos y miles de cofrades dándole al tambor y al bombo. Supongo que tanto trajín se debe a que, después de meses de ensayos y de gastar en túnicas y capirotes, la gente quiere amortizar el esfuerzo. Choca tanta participación en unos actos religiosos, cuando habitualmente pocas iglesias se llenan los domingos. Mosqueado, algún cura incluso se ha negado a salir ahora en procesión con un personal de cuya religiosidad duda porque nunca lo ve por misa.

Bueno, bueno... El clero debería tomar ejemplo del arzobispo Ureña, que sabe amoldarse a las circunstancias y no desdeña los temas mundanos siempre que sea posible abordarlos sin romper con los dogmas conservadores. Y aquí mismo, este humilde servidor de ustedes, aunque descreído, no desdeña convertirse en espectador de los desfiles y las tamborradas, porque en ellos alientan los residuos de algún misterio ancestral.

De todas formas esto de las procesiones es básicamente folclore. Y en tal medida se ha convertido en una seña de identidad del Aragón irredento. Los cofrades ejercitan un acto colectivo que les reafirma como miembros de una comunidad, y más que religión hacen patria, aunque sea patria chica.

En la Tierra Noble los grandes acontecimientos históricos no han alcanzado una dimensión mítica. Ni la decapitación del Justicia Lanuza, ni los Decretos de Nueva Planta, ni los Sitios de Zaragoza, ni el Estatuto de Caspe... Ahí no encontramos señas de identidad (tampoco exactamente en la Cincomarzada). Nuestro himno es una pieza estrafalaria que no nos dice nada. Nuestros héroes han sido olvidados (salvo Agustina de Aragón, que fue heroína).

Para ser algo en el nuevo concierto de las Españas nos queda el folclore. No tanto la jota, que no tiene el duende universal del flamenco, sino la Ofrenda de Flores en Zaragoza, Los Amantes en Teruel, el Dance de Huesca, el Cipotegato de Tarazona, las rompidas de la hora en el Bajo Aragón y ahora, en la capital, esta frenética afición por las procesiones. ¡Viva Aragón! ¡Porrompompon!