En la Tierra Noble estamos en contra de los trasvases... salvo cuando nos los guisamos y comemos aquí. Tenemos unos ríos moribundos (y hagan abstracción de este maravilloso otoño, que ya no es la regla sino la excepción), a los que se exige más agua de la que llevan, se destruye con todo tipo de obras y se envenena (si no ahora, hasta hace muy poco) con vertidos tóxicos y marranadas. También se les somete a diversos tipos de transferencia de caudales. Pero esta insigne Comunidad que acaba de celebrar una maravillosa Expo sobre el agua y el desarrollo sostenible parece incapaz de autoanalizar sus flagrantes contradicciones en materia hidrológica.

Ahora se han empeñado en llevar agua del Huerva hasta la zona de Valmadrid, una obra millonaria defendida por sus inductores con el consabido argumento de que es imprescindible para paliar ¡su sed! En realidad todo hace pensar que hay en ciernes una operación inmobiliaria de cierto volumen en aquellos hermosos secarrales. Es el ladrillo el que está (o estará) sediento.

¿Cómo se le puede ocurrir a alguien sacar agua del Huerva, cuyo curso bajo está muerto (por envenenamiento) y reducido a caudales muy por debajo el mínimo ecológico? ¿Cómo es posible que los aragoneses, tan sensibles ante los macro y micro trasvases del Ebro, no seamos capaces de establecer que lo prioritario ahora es recuperar nuestros ríos y no joderlos aún más? ¿Cómo explicarnos que todavía se supedite la supervivencia de los recursos naturales más esenciales al puñetero (e inviable) negocio inmobiliario?

Aragón no se entiende a sí mismo, se retuerce entre la contradicción que plantean, de un lado, el afán por recuperar el aire de la modernidad y el europeismo, y, de otro, el reclamo que siguen teniendo las ideas más atrasadas y cazurras. En el tema del medio ambiente la cosa se nota cantidad. La hostilidad a los reparos de índole ecologista (véanse las barbaridades que se vienen diciendo a propósito de la autovía Teruel-Cuenca) es notoria. Ni con los trasvases nos aclaramos.