"Enfermé por buitre, al quitarle del bolso la jeringuilla a la que me pasaba la papela sin que se diera cuenta y eso que me avisó de que tenía el VIH". Yolanda echa la vista atrás para maldecir el día en que su vida cambió. A partir de entonces, un resfriado muy fuerte obligó a un análisis que dictó sentencia. Se había contagiado. "Aunque no he empezado el tratamiento antirretroviral hasta hace poco porque apenas sentía nada".

Ella reconoce que la noticia no supuso un shock traumático. "Así como creía que no iba a cogerlo, tampoco se me cayó el mundo encima cuando me lo dijeron porque no creía que era una cosa tan chunga".

A sus 44 años, Yolanda sufre el bicho en los hermanos de la Cruz Blanca, en Huesca. Allí procura hacer "vida normal" aunque una parálisis parcial de un lado del cuerpo le obliga a recurrir a una muleta. Eso y un reciente dolor en la zona genital le obligan a fruncir algo el ceño para referirse a su estado actual. "Lo llevo peor desde que tengo este dichoso dolor, que, incluso, me obligará a operarme el día 16. Ahora que me había empezado a recuperar con la muleta...".

Ella es una de las más de 700 personas que padecen la enfermedad en Aragón en la actualidad, aunque, en su caso, el sida está presente en todo su entorno. "Mi familia no se creía al principio que yo fuera seropositiva y ahora lo son ellos", reconoce Yolanda, que también admite que procura mantener la relación con ellos.

"Procuro ir a verlos yo a Irún, donde viven, porque creo que ni saben dónde estoy yo". La mayoría de sus amigos también están infectados del virus, así que la Cruz Blanca se ha convertido en un hogar del que no se plantea salir. "Fue una trabajadora social, del hospital Miguel Servet, la que me recomendó venir aquí y la verdad es que al principio solo pensaba en marcharme enseguida por el tema de la disciplina y las reglas, pero ahora no me sacan de aquí ni loca" y agradece el cuidado recibido por sus cuidadores.

"Estamos todo el día haciendo actividades y todos los trabajadores te apoyan y puedes contar con ellos para cualquier cosa. Estaba en la calle cuando vine y ahora esto es mi casa".

La vida y los sueños

Su primer año en el centro le ha servido para valorar la compañía y la atención dispensada por los cuidadores. Reconoce que disfruta especialmente en el aula de informática. Allí, el ordenador ejerce el mejor modo de evasión. Junto al resto de sus compañeros, Yolanda vive, aunque reconoce que apenas le quedan sueños. "No suelo soñar", admite, aunque, inmediatamente, rectifica. "Me gustaría que me tocara la lotería, eso sí, me compraría una casa en San Sebastián. Sí, eso me gustaría mucho".

Pero Yolanda vuelve a poner los pies en la tierra para lamentar el grado de estigmatización al que considera que siguen sometidos los enfermos de sida en la sociedad actual. De hecho, reconoce que no hay mucha gente que conozca su problema. "No voy diciendo por ahí que tengo el sida porque la gente te mira mal si sabe que sufres esta enfermedad".

Porque, ayer, cuando se celebró el Día Mundial del sida, Yolanda pide a gritos más información que contribuya a un mejor conocimiento de una enfermedad que, desde 1985, ha sido diagnosticada a 1,609 personas de la comunidad autónoma aragonesa aunque los casos van descendiendo desde 1996, coincidiendo con la extensión de las terapias antirretrovirales. "La gente todavía cree que le puedo contagiar la enfermedad si me roza la mano con un alfiler y hay algo de sangre. No tiene sentido y debería haber más información al respecto".

El bicho le ha cambiado la vida, pero rechaza lamentos y condolencias. "Al fin y al cabo, ya nadie se muere de sida, como me dijo el doctor". Y cierra los ojos para volver a soñar con esa casa en Donostia. "Pero repito que por ahora no me sacan de aquí ni con agua caliente".