Fue en el ya lejano 2012 cuando la palabra burundanga o escopolamina ocupó titulares de la crónica de sucesos. Un falso chamán era detenido en Madrid por abusar sexualmente de una treintena de mujeres tras suministrarle esta sustancia, cuyo uso estaba extendido en muchos países de Latinoamérica. Tres años más tarde era condenado a 9 años de prisión. Un caso que demostró una nueva técnica delincuencial muy complicada de detectar.

Aunque se denuncian muchos casos en los que las víctimas aseguran haber sido drogadas para ser agredidas, la comprobación del uso de esta sustancia es muy complicada y, generalmente, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado acaban certificando el empleo de la misma a partir de indicios externos, como todo apunta, supuestamente, en la investigación que se está llevando acabo por la violación múltiple ocurrida en San Fermín. Unos mensajes de whatsapp de los sospechosos sobre el uso de burundanga es lo que ha sacado a relucir el debate sobre la misteriosa sustancia.

Y es que parece que sea un mito, pero no lo es, tal como resalta el especialista en medicina legal y forense, José Carlos Fuertes Rocañín, quien destaca que parece «una droga fantasma» porque la metabolización de la misma se produce en «un periodo máximo de seis horas». «Cuando la víctima se da cuenta de lo que ha pasado y ha decidido ir a denunciar, los restos de esta sustancia en su cuerpo son mínimos», asevera este experto.

Fuertes Rocañín mantiene que «si no se encuentra en los análisis de sangre y de orina, las pruebas del pelo, como pasa con otro tipo de sustancias acaban siendo no concluyentes» porque «es un consumo tan esporádio que no ha llegado al cabello» a diferencia de la deteccción en drogodependientes a los que se les observa que no solo las sustancias que consume sino también el tiempo de las tomas. Muestra de lo complicado en la detección del consumo de burundanga es que no ha sido hasta septiembre de este año cuando la comunidad médica ha certificado el primer caso de sumisión con burundanga en España.

Fue en el Hospital Universitario de Son Espases de Palma de Mallorca donde descubrieron esta intoxicación, después de realizar una técnica de cromatografía de gases acoplada a espectrometría de masas -separa, identifica y cuantifica los componentes volátiles y semivolátiles de mezclas complejas-. Previamente, los análisis de orina habían dado negativos.

Pero el doctor Fuertes Rocañín también resalta que para producir el estado de somnolencia en una víctima no es solo necesario el uso de la escopolamina, sino que una ingesta masiva de alcohol, barbitúricos o anioléticos también produce efectos «similares». «Constan casos de violaciones y de robos en los que aparecen estas sustancias y no la burundanga», asevera.

En Aragón

En la comunidad aragonesa, según fuentes policiales, no ha habido ninguna agresión en la que estuviera presente la burundanga. No obstante, el uso de otras drogas sí se han usado. En el 2013 murió un joven zaragozano, Pedro Valdivia, por una intoxicación con metadona. Fue en un bar donde estaba consumiendo unas bebidas junto a unos amigos, donde según la familia, se le pudo aplicar esta sustancia. Se dio la casualidad de que hubo un robo en la vivienda en la que dormía la víctima y sus amigos. Uno de ellos había conocido a una persona con la que decidió pasar aquella noche.

De hecho, según datos del departamento de Sanidad, en este 2016, hasta el 16 de octubre, se han atendido, en Zaragoza, 37 casos de intoxicaciones, de los cuales el 54% eran mujeres. De estos, 35 fueron en mayores de edad y dos, menores de 18 años. La sustancia que con más frecuencia aparece codificada en las urgencias hospitalarias, asociada a estos casos son los sedantes, hipnóticos y ansiolíticos.

El principal problema reside, según el doctor Fuertes Rocañín, en que este tipo de sustancias pueden aplicarse «de forma muy fácil, bien de forma líquida o en polvos, sobre una copa de alcohol». No aportan color ni sabor a las bebidas, por lo que «es más que necesario aplicar las recomendaciones de la Policía de vigilar siempre el vaso».

A nivel judicial, el penalista zaragozano José Cabrejas resalta que el Código Penal «no prevé como agravante especifica el uso de sustancias que provoquen una sumisión química en la comisión de delitos». A este problema, añade que las víctimas «tienen dificultades en probar que han sido drogadas y por ello muchas sentencias acaban en absolución».