En un pueblo se conocen todos. Tanto que el cambio de hábitos o de rutina de cualquier vecino al que se acostumbra a ver por la calle hace saltar cualquier tipo de alarma. De esta situación han estado (y están) muy pendientes durante toda esta pandemia los farmacéuticos rurales, cuya labor se ha engrandecido y ha traspasado la frontera sanitaria y asistencial para implicarse en la parcela más humana. «Aquí hacemos de psicólogos con una buena charla, de enfermeros cuando se cae un niño jugando o de veterinario, si te descuidas. Las anécdotas son varias, pero el objetivo siempre es velar por la salud», cuenta Enrique Equizábal, propietario de una botica en la localidad de La Joyosa y vocal de farmacia rural en el Colegio Oficial de Farmacéuticos de Zaragoza.

Su trabajo lo han agradecido sobre todo las personas mayores. Estas, en un territorio tan despoblado y envejecido como el aragonés, han tenido en las boticas el establecimiento sanitario más cercano y único mientras los consultorios estaban cerrados. «Ha habido casos en los que les hemos llevado la medicación a los domicilios. También hemos llamado para ver cómo evolucionaban o, simplemente, para hablar. Algunos viven solos y sus hijos no les han podido visitar por los confinamientos y los cierres», cuenta Eguizábal.

Él, que lleva 7 años en La Joyosa, es un vecino más. Esta localidad dista 20 kilómetros de Zaragoza, por lo que su cercanía con el área metropolitana no provoca la misma sensación de aislamiento respecto al mundo urbano que se vive en otros pueblos de Aragón.

Brecha digital

Aún así, este profesional defiende la necesidad de que existan más recursos o al menos se mantengan los existentes para garantizar el futuro de cualquier municipio. «Hay que luchar por la farmacia rural porque formamos parte de esa vertebración del territorio. La botica siempre es el último servicio que desaparece en un pueblo, después incluso del cierre de la escuela. Si una farmacia cierra, mala señal», comenta Eguizábal.

Ha visto nacer y crecer a muchos niños en La Joyosa, una localidad con vida pero donde también faltan recursos. No solo viven de la dispensación de medicamentos, sino también de la supervisión y de una asistencia que, en muchas ocasiones, la brecha digital dificulta. «Creo que hasta ahora no se tenía tan en cuenta nuestra labor. La pandemia ha puesto de manifiesto nuestro papel. Estamos ayudando a muchas personas mayores a coger cita para la vacunación, por ejemplo. Si no estuviéramos nosotros, ¿Qué pasaría? Para que sigamos aquí, han de dotarnos de más medios», insiste.

«Nos tienen que echar una mano desde arriba. La farmacia es el primer lugar sanitario al que acude un vecino de un pueblo porque el consultorio médico está cerrado, es lo más cercano, no requiere de cita previa y la atención es inmediata», puntualiza Eguizábal.