Goyo, a sus 66 años, es el mayor de la residencia Sonsoles de Atades en Alagón, aunque esta semana está en casa con su hermana, Rosa, que tiene 70, y su marido, porque han tenido que llevarlo al médico. También es el de más edad con síndrome de down del centro, explica Rosa, que recuerda que a su madre, el médico le decía que «no va a llegar a los 14», luego a los 18... y «ya ha enterrado a nuestros padres», dice entre risas.

Goyo es «inquieto», aunque la mayoría de down son «tranquilos y se entretienen», pero él no, es «hiperactivo». En la residencia está en guardería porque no puede ir a talleres, reconoce, para apuntar que «es mayor y necesita cuidados». Aún así, reconoce que «ha sido autónomo» hasta hace poco pero ha envejecido «de pronto», lo que «nosotros hacemos de entre 45 y 65, ellos son como niños y, de repente, a los 30, se vuelven abuelos», dice Rosa. Antes, iba de campamentos con Plena Inclusión (con los que sigue en contacto), pero ahora «me da miedo».

Lleva en la residencia Sonsoles 30 años, «desde que murió mi padre» y antes estuvo en el centro de empleo Santo Ángel, pero no trabajando porque «era imposible que estuviera sentado». Rosa reconoce que está muy bien en el geriátrico, tienen piscina, caballos y muchos metros vallados»; de hecho, dice que siempre está «contento» y cuando está en casa quiere irse a la residencia y viceversa». Durante la pandemia, también estuvo en casa, por que aunque habitualmente podían un fin de semana sí y otro no, con el confinamiento no. En la residencia, hay plazas concertadas, pero Goyo paga 1.100 euros al mes de «sus pagas y de la pensión de orfandad» y cada año a la jueza de menores le pasa un informe de gastos. Rosa es tutora de su hermano pero cuando ella falte, por una cláusula será Atades porque «a mis hijos no les quiero dejar esta carga». Por eso, pide al Gobierno que «se implique más» y eso que las cosas han cambiado pero Goyo «no fue al colegio hasta que no tuvo 18 años y no había centro para un down tan profundo».

Rosa reconoce que, a sus 70 años, «es agotador», que es «una carga» y aunque «muy cariñoso», sabe que no es como un niño, porque «tengo nietos y les pones los dibujos y se están quietos» pero Goyo no porque solo ve de un ojo y oye de un oído. Lo único que le relaja es «fumar».

«Debe haber más oportunidades para poder cobrar una jubilación»

Ángel Mozota y Juan Bueno están ya jubilados, pero ambos trabajaron en el Centro especial de Empleo Oliver y ahora han coincidido en el Centro ocupacional Santo Ángel de Atades, dentro del servicio de itinerarios flexibles y acompañamiento a la jubilación. Tienen 60 y 63 años, respectivamente.

El primero lleva ya cinco años jubilado y asegura que en el Santo Ángel «me han ayudado a integrarme». Durante sus años de trabajo (desde 1990) montaba hornos Teka pero con los años se le hizo cansado. Antes con los cables, ahora «cerámica con barro, para hacer platos que luego pintamos», explica Mozota. Vive con su hermana y su sobrino y «vengo al centro en el autobús». Por la tarde «descanso, otros días voy a un taller de memoria, otros a Espalda sana...». Está muy contento por vivir con su familia y cuando su hermana tiene cosas que hacer «hago la comida y ayudo en las cosas de casa».

Juan Bueno también vive con una hermana y ayuda en las tareas del hogar. Le gusta el deporte e ir en bicicleta, de hecho «a trabajar iba en bici», aunque luego empezó a ser cansado por el trabajo, por eso dice que ahora, jubilado, «mucho mejor, porque tengo tiempo para hacer más cosas».

El deporte y la bicicleta son sus aficiones y de momento «no voy a otros talleres», asegura; aunque sí sale a pasear y los fines de semana queda con su novia, con la que lleva ya tres años, dice orgulloso Bueno. Ambos están felices en el centro ocupacional, ya que han coincidido con compañeros de trabajo, pero reclaman «más trabajo» para todos los que están en el centro y «se pueden valer», también a las empresas, que den oportunidades «a los jóvenes» para que puedan trabajar porque eso hace que «nos valoremos más» y así también cobrar una jubilación, «como nosotros», reivindica con contundencia Juan Bueno. Y pregunta: «¿Igual eso no lo debería decir?» «Claro que sí», contesta Olga Tena terapeuta del Santo Ángel.

Juan Bueno y Ángel Mozota participan en el CO Santo Ángel SERVICIO ESPECIAL

«La pandemia le ha dejado hecho polvo»

Enrique Romero cumple el lunes 53 años y su hermana Cristina, el martes, 65. Él tiene síndrome de down y vivía con su madre hasta que ella, enferma, fue a una residencia y se fue a vivir con Cristina. Durante 14 años estuvo trabajando en el Centro Especial de empleo Oliver, pero hace ya unos años que «le cambiaron el horario y tenía que entrar a las 7.30 a trabajar», intentó aguantar, o incluso hacerlo media jornada, pero le fue imposible «aguantar el ritmo», cuenta Cristina; así que después se incorporó al centro ocupacional, donde va y «se relaciona con todos».

Cuando está en casa se hace la habitación y por la tarde, para entretenerse «lee revistas, escucha música... porque no puede ir a ningún sitio», en todo caso a comprar y darse una vuelta. Cristina le controla con el móvil y sigue sus pasos porque «va perdiendo memoria» y así «estoy más tranquila», reconoce su hermana, que explica que él de vez en cuando también le llama para decirle dónde está. Y es que le da miedo que se «meta por una calle que no conoce y se despiste».

Cristina reconoce que Enrique no «causa ningún problema», ya que se asea solo, lo único es que «hay que estar pendiente», sobre todo, en la calle, de que no se despiste.

Encerrado

La pandemia, afirma Cristina, «le ha venido fatal, le ha dejado echo polvo» porque le ha cambiado la vida «radicalmente». Antes, iba a baile, a un curso cada día, deporte, natación... iba solo en el autobús, pero con el coronavirus «le dejaba ir andando» y aún ahora; también quedaba con sus amigos y se iban a los bares de cinco de marzo a tomar algo, pero todavía no han recuperado esa rutina porque ahora que «ya está vacunado», muchos de sus amigos todavía no salen; por eso, asegura que la pandemia le ha cortado mucho las alas y si ahora sumamos ese principio de alzhéimer... hace que, según Cristina, «se sienta triste, como prisionero» porque «la casa le viene pequeña». Incluso «habla menos».

Preguntada por el futuro, asegura no saber, ya que aunque poco a poco olvide cosas, de momento es «algo cotidiano». Tampoco sabe si podrá cuidarlo porque ella también tiene una edad; y aunque otra hermana vive en Cuarte, a Enrique no le conviene los «cambios drásticos».