Si uno mira un mapa de España que muestre casi cualquier variable relacionada con la población, se dará cuenta de que el patrón de distribución es siempre el mismo: un Norte más envejecido, frente a un Sur con una estructura demográfica mucho más joven. En este contexto, Aragón tiene una situación parecida a lo que sucede en su entorno cercano: en nuestro caso tenemos oficialmente una sociedad que tiende a ser regresiva (en términos demográficos), con una esperanza de vida de 82,4 años, una tasa de envejecimiento del 21,8% (de cada 100 personas casi 22 tienen más de 65 años) y una tasa de fecundidad de 1,19 hijos por mujer. Estas cifras, bajo mi punto de vista, configuran una parte importante del reto demográfico que tiene planteado la sociedad aragonesa desde hace ya décadas.

No vayamos a sorprendernos ahora de que la tendencia es que cada vez nazcan menos niños: en Aragón la cifra de nacimientos lleva bajando desde 1975 cuando nacieron 17.770 niños. En 2020 lo hicieron 9.644. Es cierto que tuvimos una década de recuperación entre 1998 y 2008, cuando la situación económica fue más favorable, antes de comenzar un encadenamiento de crisis económicas y sanitarias que ha hecho bajar las cifras de nacimientos hasta mínimos históricos. Y es que en realidad ahí esta la clave: no tenemos un problema de envejecimiento, tenemos un problema de falta de niños y eso hace que nuestra pirámide de población este envejeciendo por la base, porque cada vez las cohortes infantiles (hasta los 15 años) son menos numerosas.

Creo que todos estaremos de acuerdo en que queremos disfrutar de la vida el máximo tiempo posible. Sin duda el aumento de la esperanza de vida debemos verlo como un éxito rotundo de nuestro tiempo. Ahora bien, el aumento de la esperanza de vida combinado con el descenso inexorable de la fecundidad, también sin duda, se convierte en un reto tremendo para nosotros.

Retos políticos a largo plazo

Las sociedades en la que nacen al menos 2,1 niños por familia son una mejor noticia, puesto que en definitiva son más sostenibles en términos demográficos (es decir, las generaciones en edad de trabajar serán siempre más cuantiosas que las generaciones más mayores y eso permitirá que funcionen los sistemas sanitarios, de protección social y en definitiva el propio Estado de Bienestar). Y de ahí la pregunta: ¿Queremos o no que nazcan en Aragón suficientes niños y niñas cada año? ¿Queremos o no que nuestra sociedad sea capaz de garantizarse un futuro a sí misma? Yo diría que sí, que eso es lo que queremos. El problema es que no actuamos en consecuencia.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que los fenómenos demográficos vinculados a la natalidad tienen una inercia muy grande y casi nunca es posible cambiar la tendencia ni rápido ni fácilmente. Eso quiere decir que ninguna política que trate de conseguir resultados de cuatro en cuatro años va a tener éxito, hay que ir a políticas de consenso entre todos los grupos políticos que al menos planifiquen el futuro de una década completa. 

¿Y existen estas políticas? Claro, la clave, de nuevo, esta en la fecundidad, pero no entendiendo el fenómeno del nacimiento como un hecho puntual y favoreciéndolo (o intentándolo) con un cheque bebe. La clave es construir una sociedad que ponga fácil tener hijos, o lo que es lo mismo, una sociedad se valore a sí misma y comprenda que una estructura demográfica joven tiene muchísimas ventajas.

Esto pasa ineludiblemente por el apoyo real a las familias, apostando por todas las medidas que sean necesarias: políticas de conciliación reales, políticas activas de empleo, desgravaciones fiscales, acceso a la vivienda, subvenciones, red de guarderías públicas… El camino no es sencillo, pero habría que ponerse a ello.