Suponen el 0,005% de la población de Zaragoza. Un porcentaje irrisorio que en este caso tiene una relevancia incalculable porque representa a las 35 mujeres sin hogar que viven en las calles de la capital. Con todo lo que ello conlleva. Son solo las que conocen con «nombres y apellidos» las entidades que trabajan para conseguir que vuelvan a tener un hogar, para que vuelvan a sentirse parte de un colectivo, o una familia. Parte de algo. Cruz Roja calcula que actualmente hay alrededor de 500 personas sintecho en la ciudad, de las que alrededor de 120 duermen en la calle mientras que el resto, 380, se dejan ayudar y optan por hacer uso de alguno de los recursos sociales que ponen a su disposición distintas asociaciones y el Ayuntamiento de Zaragoza.

Coincidiendo con el Día de las personas sin hogar, el consistorio inauguró ayer la Casa Abierta, un espacio que se ha habilitado con seis camas y un espacio común para que aquellas mujeres sin hogar, en una situación cronificada, puedan cambiar su estilo de vida. La parroquia del Carmen se encargará de dirigirlo, de acompañarlas , ayudarlas y «conseguir que se sientan protegidas bajo un techo, cubrir sus necesidades básicas y ofrecerles cariño y compañía», resume Lucía Capilla, una de las trabajadoras sociales del Carmen que hasta ahora se encargaba del comedor y que va a trabajar en la Casa Abierta.

Una tendencia al alza

Este recurso no es nuevo, hace años que se creó pero solo dirigido a los hombres. Entonces eran la mayoría de los sintecho, un perfil que ha cambiado en los dos últimos años y que va al alza, sobre todo desde la pandemia. Desde la parroquia del Carmen aseguran que la situación es «preocupante», que cada vez son más las mujeres sin hogar con un avanzado deterioro físico y de salud que se ve agravado en los periodos de temperaturas extremas, como el invierno. Su caso es todavía más especial porque son más vulnerables y porque normalmente padecen problemas de salud mental, por lo que trabajar con ellas es más complicado. Según explica Capilla, mientras los hombres suelen tener problemas con las drogas y el alcohol, ellas padecen una enfermedad mental.

«Suelen desconfiar más del sistema porque sufren lo que se llama una indefensión aprendida. Normalmente han intentado varias veces salir de la calle y han recibido tantos golpes que ya no confían», comenta Capilla, que admite que tienen que ganarse su confianza muy poco a poco, una tarea lenta y constante, diaria. Tienen miedos adquiridos, por su vida, porque vivir en la calle es duro, porque la soledad hace mella. Desde la Coordinadora de Entidades para Personas sin Hogar dicen que un sintecho es «la expresión más extrema de la pobreza y de la soledad humana».

Para estos perfiles tan cronificados y complicados que se puesto en marcha la Casa Abierta, donde reciben una atención más precisa y directa. Este recurso es de «baja exigencia», dirigido para personas que presentan dificultades especiales de inserción social y laboral donde no hay tantas normal y horarios como en el albergue y donde la convivencia es menor.

No obstante, y con el objetivo de que se relacionen con más gente (además de aprovechar recursos), es más que probable que las comidas las realicen en el albergue. El resto las harán en el que será su nuevo hogar, donde por la tarde estarán acompañadas por las voluntarias. 

Romper estereotipos

Antonio de la Vega, de la Coordinadora de Personas Sin Hogar, explica «que difícilmente acceden por sí mismas a los servicios sociales porque están muy recluidas y con miedos», de ahí el valor del trabajo que realizan los voluntarios de entidades como Cruz Roja, la parroquia del Carmen, El Refugio o Cáritas, entre otras. Señala la importancia de romper estereotipos y «clichés», de mostrar sensibilidad con las personas sin hogar porque son como cualquier otra, pero en una situación de exclusión y sin sus derechos básicos cubiertos, como el de la vivienda. «Debemos echarles una mano porque lo están pasando mal», precisa.

Un 13% son universitarias

Dice Antonio de la Vega, de la Coordinadora de Personas Sin Hogar, que hay que acabar con los estereotipos, los «clichés» que envuelven un problema social como es el sinhogarismo. El 13% de las mujeres sin hogar en la capital aragonesa son universitarias. El 30% han finalizado Secundaria. Y, apunta, el 30% no han probado ni una gota de alcohol. Ejemplos relevantes para De la Vega que asegura que hay que mostrar una «sensibilidad» especial con estas personas que, golpeadas por la crisis o por distintas circunstancias, necesitan lo que necesitan, de unos servicios que les proporcionen «una vida digna» y les ayuden a volver al mercado laboral, esencial para ser aceptadas socialmente. 

Pero no sirve simplemente con ofrecerles un techo y tres comidas al día porque requieren de un proceso de acompañamiento y reinserción que empieza por la escucha. «Para ayudarlas primero tenemos que escucharlas, saber cuáles son sus necesidades, tener esa sensibilidad para entenderlas», explica De la Vega. Y para ello están las trabajadoras sociales y voluntarias que cada día recorren la ciudad al punto de la mañana.

Es el caso de Cruz Roja en coordinación con el Carmen, que conoce los lugares en los que se ubican las personas sin hogar. Las mujeres tratan de buscar cobijo para pasar la noche, más vulnerables a los agentes externos. Duermen en coches abandonados, casas okupas o cualquier rincón que les permita esconderse y refugiarse. La ruta, dirigida a mujeres, suele comenzar sobre las 7.30 horas, «cuando empiezan a despertarse y todavía están en el lugar donde duermen porque si vamos más tarde es posible que se hayan movido ya», explica Capilla.

Su función más importante es la de escucharles, proporcionales compañía y conversación durante un rato porque puede que sean las únicas personas con las que charlen en todo el día. Les proporcionan utensilios de higiene, atención sanitaria en caso de requerirla, ropa de abrigo y hasta pilas para los transistores. También les informan sobre las ayudas públicas y les orientan en la tramitación.  

Este es el primer paso de una larga cadena. Atenderles y cuidarles mientras viven en la calle para conseguir que acudan a los recursos sociales y que, ya entonces, consigan adentrarse de forma progresiva en la sociedad, en el mercado laboral. Este es el objetivo más importante. La cúspide de un largo, laborioso e intenso trabajo social que no siempre se consigue y que es prácticamente imposible en los casos más cronificados. Por eso las políticas sociales y de reinserción son tan importantes.

El concejal de Acción Social en Zaragoza, Ángel Lorén, durante una visita a la nueva Casa Abierta. ANDREEA VORNICU