Hacía semanas que se había puesto fecha a una reunión en Génova en la que los dirigentes nacionales del PP y el presidente autonómico de la formación, Luis María Beamonte, pactarían algo que ambas partes tenían asumido: la renuncia de este a continuar liderando el proyecto popular en la comunidad y dar paso a otros candidatos más afines por generación y sintonía a la nueva dirección de los conservadores. En las dos últimas entrevistas concedidas a este periódico, el alcalde de Zaragoza Jorge Azcón había asegurado con rotundidad que si Beamonte se volvía a presentar, él le apoyaría sin fisuras. Dada la habilidad dialéctica del alcalde, eran buenas pistas de que ya se trabajaba con otro candidato distinto.

El político turiasonense (aunque sus orígenes se encuentran en la vecina localidad de Malón) no formaba parte del estrecho círculo de confianza de la dirección nacional, que ha depositado en Ramón Celma, Jorge Azcón y Pedro Navarro la nueva -y también cuestionada en algunos círculos del partido- estrategia de la formación conservadora. Casado tampoco era la primera preferencia de Beamonte en las primarias nacionales, en las que mantuvo un perfil discreto, si bien luego se incorporó con máxima lealtad a su nuevo líder.

Por eso, la renuncia de Beamonte tampoco es una cuestión traumática para el político aragonés, que a sus 58 años y más de cinco de dura travesía en la oposición de las Cortes nunca se ha encontrado de todo cómodo en las cuitas orgánicas y de confrontación parlamentaria a nivel autonómico. Diferencias generacionales con la dirección, y posiblemente también con la nueva forma de hacer política, hacían evidente que el relevo era más que una posibilidad. A su vez, le ha faltado la imprescindible sobredosis de malicia necesaria para llevar las riendas orgánicas, siempre difíciles y tensas.

Beamonte pasará a la historia como un presidente de transición al que, al igual que uno de sus antecesores, Gustavo Alcalde, le deberán agradecer que tomara el timón del partido en un momento especialmente turbulento. Como le sucedió a Alcalde, Beamonte asumió la dirección del PP en 2017, con una crisis interna a nivel nacional considerable y tras haber perdido dos años antes la Presidencia de Aragón su antecesora Luisa Fernanda Rudi, que pronto abandonó el escaño de líder de la oposición para ocupar un cómodo puesto de senadora en Madrid de absoluta irrelevancia pública. Beamonte tenía enfrente a Javier Lambán, un presidente de Aragón al que conocía muy bien, con el que incluso había labrado una amistad en esas extrañas cámaras de peculiares alianzas que suelen ser las diputaciones. Pero las Cortes no son la diputación provincial y en la refriega parlamentaria, Lambán casi siempre supo desmontar e incluso sacar de sus casillas al político popular.

Al dirigente que ahora ha anunciado su marcha le avalaba un carácter afable y conciliador, y especialmente una brillante trayectoria como alcalde de Tarazona, ciudad en la que los electores lo apoyaron cuatro mandatos, dos de ellas con holgada mayoría absoluta. En 2019 llegó a compaginar por un breve periodo de tiempo su papel de líder de la oposición con el de la Alcaldía, hasta que la dejó. A su vez, de 2011 a 2015 fue presidente de la diputación provincial. Eran los tiempos en los que el PP de Mariano Rajoy gobernaba con holgada mayoría y nada hacía presagiar la profunda crisis que atravesarían los conservadores en toda España a partir de 2017, justo cuando Beamonte fue elegido presidente regional del PP.

A su llegada a la dirección se rodeó de un equipo solvente y de su máxima confianza. Antonio Torres en Huesca, Javier Campoy y Mar Vaquero en Zaragoza, y Carmen Pobo en Teruel. El primer mazazo fue el repentino y prematuro fallecimiento del portavoz en las Cortes y presidente oscense, Antonio Torres, en enero de 2019. A la conmoción generalizada en lo personal se unió un profundo vacío orgánico en la provincia. Posteriormente y de forma inexplicable, fue perdiendo la confianza en su núcleo duro zaragozano, compuesto por Vaquero y Campoy. Ambos perdieron protagonismo parlamentario y hace un año, con el nombramiento de Celma como presidente provincial de Zaragoza, dejaron de tenerlo a nivel orgánico. Por aquel entonces, el mandato de Beamonte parecía ya amortizado y mostraba cierto agotamiento. Es difícil además hacer oposición en un año de pandemia en el que Beamonte mostró un alto sentido de la responsabilidad y fue leal a la acción de emergencia del Gobierno sin ocultar sus diferencias . En 2019, el PP obtuvo en Aragón los peores datos desde 1987, siguiendo la línea negativa de la formación en toda España.

A partir de ahora seguirá en el grupo parlamentario, pero es improbable que un político que ahora se siente aliviado emprendiendo otros rumbos vaya a agotar la legislatura enfrentándose los viernes en la sesión de control al Gobierno autonómico. Sería dar demasiada ventaja. La duda está en saber qué otro diputado, si es que lo hay, puede ser el sustituto de un presidente que ha tenido un breve mandato.