En lo más profundo de las Cuencas Mineras de Teruel, cuando ya se ha descendido tanto que los pulmones no encuentran aire que respirar y se siente el calor de las entrañas de la Tierra, ahí, exactamente en ese lugar, se oculta tras el polvo del carbón una de las diez mejores historias de Iberoamérica.

La Noria de la mina La Concha. | ACCPAME

No es un brindis azaroso de este diario, sino una constatación de que El tajo fuera de escena, la crónica de un viaje a la labor histórica de las mujeres en el entorno minero de Escucha, ha sido un de los diez relatos nominados a el premio Gabo 2021, el prestigiosísimo galardón que entrega la Fundación Gabriel García Márquez a los mejores textos periodísticos de habla hispana. Su autora, Berta Jiménez Luesma, recogió los testimonios de varias de esas féminas que sostuvieron el pilar sobre el que se sujetó la vida en las minas turolenses.

Cuenta esta joven periodista zaragozana que, cuando le encargaron este reportaje para el proyecto Ellas son Campo, impulsado por la Universidad de Zaragoza, dirigido por María Luz Hernández Navarro, coordinado por María Angulo y publicado en la revista Pikara Magazine, ella buscaba una «historia épica». De pronto imaginó mineras de rostros negruzcos, tragedias y durezas, un «doble techo de cristal» por la conciliación imposible de sus labores en el hogar. Pero estaba buscando una realidad que no existía. «Olvidé que la historia te encuentra a ti», reconoce Luesma. Al disiparse la proyección de su mente, encontró la verdadera historia épica. Y empezó a excavar.

Las mujeres rara vez trabajaban en la mina, le explicaron en la Asociación Cultural por la Conservación del Patrimonio Minero de Escucha (Accpame). Pero sí respigaban. Respigar consiste, según narra Luesma en su texto, en desenterrar trozos de carbón todavía aprovechables entre los desechos de las minas. «Era un trabajo habitual en las viudas, que tenían que sobrevivir como se pudiera», apunta en conversación telefónica. Sin embargo, las mujeres del mundo minero sobre todo se encargaban de los trabajos reproductivos, del hogar. Tenían un duro oficio: eran «familiares de minero».

Berta J. Luesma.

Sostenían a los hijos, lavaban las ropas de sus maridos, sobrinos y cuñados y trabajaban desde los 14 años en cualquier bar o sirviendo en alguna casa. «Todos los hombres de sus vidas habían sido mineros. Su experiencia estaba atravesada por la mina. Incluso muchas de ellas tienen nombre de mujer», dice la periodista. «¿Por qué quería yo buscar una historia épica si es aquí donde está la verdadera épica?», se pregunta.

Entre los recuerdos del carbón, las mujeres con las que entabló conversación Luesma –crearon años más tarde la Asociación de Mujeres de Escucha– todavía tienen una relación de amor-odio con la mina. Una mina que, con el siglo XXI y las promesas de la sostenibilidad verde, se extinguió para siempre.

Nunca se va la nostalgia del tiempo pasado, por sinvivires que transcurrieran, pero tampoco el recuerdo de los tiempos inciertos. Los padres de estas mujeres fallecían con asiduidad en la mina. Muchos otros contraían enfermedades provocadas por el carbón, y el recuerdo trágico quedaba bajo tierra. Sin embargo, las mujeres se alegran de que aquello acabara: sus hijos ya no debieron trabajar en las minas. «Reflexionaban mucho porque no querían ese futuro para ellos», apunta Luesma.

Atrás quedaron las dudas por esos retrasos que sembraban la posibilidad del accidente en la excavación, aunque según la periodista «era algo normalizado» vivir con ese nerviosismo. Y también quedó en la memoria la participación activa de las mujeres en la lucha obrera. Quemaban neumáticos, se manifestaban en las carreteras y asumían las reivindicaciones de los mineros. Era una «simbiosis». «Ellas se enorgullecían de haber tomado ese rol. Si los mineros se encerraban en la mina, ellas eran las que cortaban la calle. En esas huelgas que fueron tan importantes siempre estuvieron ellas detrás», subraya Luesma.

Ahora que las mujeres del entorno minero de Escucha han cruzado el Atlántico, sus historias serán desenterradas por los más de 543 millones de personas que comprenden el español por todo el globo terrestre. «Ha sido como muy hermoso y poético que de repente estén en el mapa», piensa Luesma. La historia ya está desenterrada, porque «no nos podíamos olvidar de los silencios de la historia». Como a los mineros, a las mujeres de Escucha todavía les invade el orgullo y un reconocimiento de lo que significaba el trabajo minero.