Cuando funcione a todo tren, el gigantesco complejo agroalimentario de BonÀrea en Épila dará trabajo a 4.000 personas. Y en la localidad esperan que la llegada de nuevas familias produzca un boom en la construcción de viviendas.

Pero ese crecimiento inmobiliario se hace esperar y, de momento, «no hay nada para lo que se cree que habrá en el futuro», afirma Octavio Bosqued, de la inmobiliaria Inmoboss. «Aún faltan un año y medio o dos años para que el macromatadero empiece a funcionar», explica.

De hecho, ahora mismo, al margen de la venta de solares y viejas viviendas del casco antiguo, «no hay nada en marcha». Pero esta calma puede ser engañosa, pues existen planes en marcha para levantar 680 viviendas, dos de ellos de inversores privados y el tercero, promovido por la iniciativa municipal.

«Todo llegará, es cuestión de tiempo», piensa Bosqued, que señala que BonÀrea «crecerá de forma paulatina» hasta alcanzar las descomunales dimensiones que necesitará para convertirse en la segunda plataforma alimentaria del grupo de Guissona (Lérida), donde tiene su sede. Una vez completado, el complejo dará servicio al norte de España, a Levante y al centro de la península, más de la mitad del territorio nacional.

«De momento, lo único que hay es una oferta de casas antiguas que no están adaptadas para acoger a los futuros habitantes», indica un experto inmobiliario de Valdejalón que no desea facilitar su identidad.

Necesidad de pisos y unifamiliares

«No tiene sentido creer que vendrán familias jóvenes y que se meterán en casonas que necesitan miles de euros de rehabilitación para ser habitables», opina. «Lo que hace falta es que se construyan pisos y unifamiliares de precios asequibles, pues la mayoría de los sueldos no serán altos», asegura.

De no encontrar ese tipo de oferta en Épila, adelanta, «irán a buscarlo a La Muela y a Zaragoza, que están a un paso y tienen muchos edificios ya construidos o a medio hacer que buscan salida al mercado».

Desde el punto de vista de este profesional de la actividad inmobiliaria, el ayuntamiento epilense debería tomar algún tipo de iniciativa para hacer la localidad atractiva para los trabajadores, técnicos y cuadros intermedios que irán a trabajar al entramado alimentario.

«El consistorio debería incentivar la rehabilitación de los edificios viejos del casco, de forma que sus propietarios se lancen a repararlos con el fin de captar inquilinos», apunta.

Pero el ayuntamiento ve la cuestión de otra forma. «Esa propuesta excede la capacidad del ayuntamiento, solo podemos bonificar las licencias», replica Jesús Bazán, alcalde de Épila.

Cooperativa de viviendas

En Guissona la fórmula utilizada por BonÀrea ha sido la cooperativa de viviendas y la creación de otros servicios comunes, como el de guardería. Pero en el caso de Épila, ese no parece ser, en principio, el objetivo de los responsables del grupo empresarial catalán.

Con todo, aunque en sordina, en la localidad de Valdejalón se percibe actividad en el sector inmobiliario. Han salido a la venta terrenos y casonas y ha habido quien ha invertido en ellos con vistas al futuro. Y, por otro lado, los trabajadores de los gremios que trabajan en la construcción del matadero dejan sentir su presencia en bares, tiendas y restaurantes, además de haber alquilado pisos.

Pero algunos epilenses no pueden ocultar cierta desilusión ante la marcha de las cosas. «La cosa está floja», dice Manuel Martínez Casas, del restaurante Doña Manuela. «Claro que hay movimiento», reconoce, «pero no tanto como se esperaba». Él considera que de este lento ritmo inicial se pasará a una marcha más viva. Que tarde o temprano acabarán llegando las inversiones en bloques de viviendas y, con ellas, nuevos habitantes que se afincarán en el pueblo.

Al fin y al cabo, señala, Épila ha demostrado que puede atender la demanda. «Hace décadas que existe un polígono que da empleo a casi 2.000 personas y que dan mucha vida a los negocios, desde los restaurantes a los hoteles», comenta.