A veces, sin quererlo, el móvil se puede convertir en un delator de la persona que lo posee. Tres víctimas de violencia de género digital atestiguaron ayer en Zaragoza, en una jornada sobre esta nueva forma de agresión machista organizada por Somos Más, una entidad que presta asistencia y asesoramiento a personas sometidas a delitos cibernéticos.

«Me di cuenta de que fui víctima de género digital cuando recibí amenazas de muerte en el móvil», relató una de las testigos, madre de dos hijos. Ahora, dijo, siente «rabia, miedo e impotencia, con una sensación de que mi caso no avanza porque la justicia es lenta».

«Noté que había sido víctima de violencia de género digital cuando empecé a ver todas las cosas que me había hecho, como fiscalizar mi teléfono móvil, vigilar el Whatsapp, escuchar siempre con quién hablaba y acusarme en todo momento de mantener conservaciones con otros hombres», explicó otra víctima. «Fue entonces cuando advertí que existía este tipo de violencia y de que la había sufrido sin saberlo», añadió.

«Estaba convencido de que yo hablaba con otros hombres y era un acoso constante, como una necesidad de tener todo bajo control», relató. «Me sentía mal con su obsesión de que yo era infiel, me sentía débil y muy poca cosa, y también humillada», continuó.

Acceso libre al móvil antes que sufrir una agresión

Al final, ante tanto acoso, decidió dejarle acceso a su móvil, como una forma de evitar que el asunto acabara en una bronca y en agresiones físicas. «Cometí el error de dejarle hacer lo que quisiera antes de terminar en una agresión física», explicó esta misma persona.

Señaló además que la primera vez que lo contó en una comisaría nadie le dio importancia. «Creo que pasaron por alto lo que les dije de que estaba obsesionado con que usaba el móvil para estar en contacto con otros hombres», afirmó.

Momento de emisión de uno de los testimonios. ÁNGEL DE CASTRO

Una tercera víctima que atestiguó sobre su caso señaló que se percató «por primera vez» de que su pareja la espiaba cuando despertó un día y vio que él había «hecho un pantallazo con su móvil, sobre las tres de la madrugada, cuando estaba en conversación con una amiga». «Y eso es que se levantaba por la noche, me cogía el móvil sin permiso y leía conversaciones con amigos y amigas», manifestó.

Su pareja le reprochaba que ella escondía secretos que él tenía derecho a saber. Y este espionaje «se hizo cada vez más continuo y más normal por su parte». Una operación que llegó a realizar también sirviéndose del ordenador para entrar en la terminal telefónica.

«Invadía mi privacidad y una vez se puso violento y se enfadó conmigo porque averiguó que hacía búsquedas de viajes y estaba convencido que yo quería ir con otra persona». Y también hacía lo mismo con sus correos, hasta el punto de rebuscar incluso en los que estaban eliminados.

"Se ponía loco si veía que estaba metida en Whatsapp"

Una intromisión que llevó incluso a la cuenta de Instagram y a los contactos que allí establecía. «Llegué a sentirme responsable de no saber darle a entender que yo ni le engañaba ni le ocultaba nada», confesó esta testigo, que al igual que el resto aparecía de espaldas, con la cabeza tapada y con la voz distorsionada para evitar su identificación.

«Se ponía loco si veía que estaba metida en Whatsapp  y que no estaba hablando con él», aseguró. «Quería que estuviera controlada a todas horas del día, saber qué había hecho y con quién había estado, y si no le respondía en el acto entonces él me enviaba fotos suyas con la cara desencajada o con droga, como mostrándome cómo estaba al no responderle yo, como diciendo que se descontrolaba si no estaba con él».

Esa conducta se hizo permanente, ya que ella se enteró de que por la noche le cogía el móvil para fisgar lo que había hecho, con quién había hablado y qué páginas había consultado.

Las tres han llevado sus casos ante la Justicia y han obtenido sentencias condenatorias y órdenes de alejamiento contra sus agresores «tras un camino difícil y agotador». Pero este resultado se ha basado principalmente en el hecho de que habían sido objeto de malos tratos físicos y de amenazas verbales, que han tenido más peso en la condena que la violencia de género digital.

Además, las tres volverían a denunciar sus situaciones de abuso como una forma de hacer frente al problema. «El proceso es lento, desesperante, pero no hay que tirar la toalla en ningún momento», aseguró la víctima que es madre de dos niños y que es víctima de malos tratos.