Entrevista | Fran Lucas Herrero ESCRITOR

Y parece que fue ayer…

En este mes pasado se cumplieron 41 años de la aprobación del Estatuto de Autonomía de Aragón. Y aquí sigue esta tierra valiente, acostumbrada a ser maltratada pero nunca arrodillada ante nadie ni traicionando a nadie. Y aquí seguiremos

El Palacio de la Aljafería acogió una exposición con motivo de los 40 años del Estatuto de Autonomía de Aragón.

El Palacio de la Aljafería acogió una exposición con motivo de los 40 años del Estatuto de Autonomía de Aragón. / Jaime Galindo.

En este mes pasado se cumplieron ya 41 años desde que se aprobó, un día 10 de agosto de 1982, el Estatuto de Autonomía de Aragón y, a partir de ese momento, al menos en teoría porque seguimos siendo más dependientes del poder central que otras comunidades españolas que en nada se lo merecen pero ahí siguen disfrutando de privilegios inmerecidos, Aragón inició una nueva etapa de su historia como Comunidad Autónoma dentro del Reino de España, la Nación Española, España o como quiera definirse por cada uno de los que moramos en este pedazo de tierra llamada península ibérica, aunque para mí es España, pese a quien le pese, y si le molesta a quien le pese pues hasta le doy un euro y que se compre diez metros de desierto sahariano para montarse allí su ficticia república o lo que quiera.

Naturalmente, todo el proceso autonómico de Aragón estuvo total e íntimamente ligado al de la Transición democrática española, por lo que no fue en absoluto un camino fácil, aunque por supuesto para otros fuera más fácil, ya que se le concedieron u obtuvieron pequeños detallitos que para otros con igual o más derecho no había. Pero lo dicho, realmente fueron unos años muy agitados, convulsos y complicados tanto política como socialmente, porque los españoles se enfrentaban realmente a algo nuevo, ya que en un corto periodo de tiempo nuestro país con nosotros dentro, teníamos el gran reto de convertir un país totalmente centralizado que salía de una dictadura en una país democrático y descentralizado, un periodo importantísimo para todos los aragoneses tras la instauración de la democracia y la quizás por entonces soñada llegada del ansiado autogobierno.

Para atender el hecho de que un nuevo proceso se había abierto, donde era necesario atender las múltiples necesidades territoriales, así como reconocer la diversidad de todos los españoles regulándolo todo por la Constitución Española, que se intentó fuera un referente donde había que centrar la nueva democracia para que no resbalara hacia posibles precipicios, se creó un nuevo concepto político y territorial denominado el Estado de la Autonomías, que podíamos calificar como un modelo territorial totalmente alejado de lo que hasta ese punto y bajo el poder de la dictadura se había vivido, ya que desterraba el concepto de poder unitario por una amplia diversidad de autogobiernos territoriales, muy cercano al de un estado federal, que era el que muchos pretendían.

Por supuesto, aunque mucha gente hoy en día, especialmente los jóvenes, piensen que aquello fue cosa de dos días y un chasquear de dedos y todo dispuesto, decir que puede decirse que uno de los pilares de nuestra autonomía se puso con el Referéndum de la Constitución del 6 de diciembre de 1978, pero ya se había colocado otro pilar en Aragón al poco de celebrarse las primeras elecciones democráticas de 1977, cuando los recién elegidos representantes de los aragoneses crearon la Asamblea de Parlamentarios de Aragón, preludio e inicio de todos los trabajos previos para la redacción de un estatuto de autonomía propio. Y llegados a este punto, para los legos, escépticos y alelados les diré que también en la primavera de 1978 la ilusión autonómica, ese deseo de ser y formar parte de un ente aragonés propio de la tierra, inundaba la sociedad aragonesa, y no es que lo diga yo, porque si alguien no me cree que tire de hemeroteca y comprobará que buena prueba de ello fue la más que emblemática, recordada y multitudinaria manifestación convocada con motivo de la celebración del primer Día de Aragón en la que participaron más de 100.000 personas para reclamar pacíficamente, y repito, pacíficamente porque yo estuve allí, el Estatuto y la Autonomía plena que pensábamos nos pertenecía. Vuelvo a repetir, la Autonomía que pensábamos, creíamos y seguimos creyendo que realmente nos pertenece, no la que nos tiraron encima como un caramelo a la puerta de un colegio.

El resto de parte de la historia, y digo solo parte, porque anda que no hubo historias de sótanos, tejemanejes, despachos, maletines y cositas ocultas aquí, allá y un poquito más allá todavía, hasta que pocos meses después, la aprobación de la Constitución Española el 6 de diciembre de ese mismo año puso en marcha los mecanismos necesarios para convertir aquella aspiración inicial en un autogobierno institucionalizado para nuestra comunidad aragonesa.

Y es en este momento, en este preciso momento, cuando meto el inciso de que hubo territorios que con o sin derecho alguno superior a Aragón, salvo su victimismo, eterna llorera y más potente labia, se aprovecharon del sistema por lo que no hace falta poner detalles, ya que todos somos mayorcitos y los conocemos, consiguieron elaborar un Estatuto de Autonomía conforme a lo previsto en el Art. 151 de la Constitución, que permitía la consecución de un régimen de autonomía plena, es decir, con una organización institucional que permitiese adquirir una gran cantidad de competencias de poder, algo que mira tú por donde consiguieron únicamente los de siempre, como son Euskadi y Cataluña.

Y así, las demás comunidades, siendo espectadores de un inapropiado, inmerecido por lo selectivo y discutible “giro autonómico” por parte de la administración, obligó al resto de comunidades, incluso a las que como Aragón ya se encontraban desarrollando su iniciativa autonómica, a optar necesariamente por la vía del Art. 143, la llamada vía lenta, que permitía asumir competencias pero de forma limitada y totalmente alejados de las poderosas prebendas, privilegios y desparrames varios que se concedieron a dos comunidades autónomas, mientras las demás ¿que pretendían que hicieran? ¿Quizás aplaudir dicho hecho como así siempre han querido que lo hagamos? En este punto me callaré y omitiré lo que realmente pienso, porque no merece la pena, realmente no lo merece, después de tantos años y revisando un poquito la historia se comprende todo ante lo que muchos ciegan sus ojos...

Ya que hasta es doloroso para los oídos escuchar eso de que todo «fue una decisión prudente que respondía al complicado contexto político y social que vivió la democracia española en sus primeros años de vida…» Si, si, claro que si, pero también fue una decisión que permitió un desarrollo autonómico en España a dos velocidades que sigue hoy en día, creando un agravio comparativo que, por supuesto, dejó insatisfecho a buena parte de los aragoneses que habían apostado y luchado por hacer realidad el sueño de la autonomía plena, jaja, ¿autonomía plena he dicho? Espera, que me doy la vuelta para seguir riéndome….

La cuestión es que por fin, el 10 de agosto de 1982, el deseado Estatuto de Autonomía de Aragón fue aprobado. De esta forma, Aragón pasó a convertirse en una Comunidad Autónoma y poco a poco fue asumiendo competencias de poder y poniendo en marcha sus instituciones autonómicas: las Cortes de Aragón, la Diputación General de Aragón, el Presidente de Aragón y el Justicia de Aragón entre alguna cosilla más. A excepción del Presidente, las instituciones aragonesas adquirieron carácter propio y adoptaron el nombre de las instituciones que estuvieron vigentes en el Reino de Aragón. Por supuesto, las cotas de poder y de autogobierno están muy lejos de las que consiguieron, como ya he citado, otras comunidades autonómicas. Y ojo cuando digo esto, en absoluto culpo a los ciudadanos de esas dos comunidades, culpo a los políticos que en vez de limar todas las posibles diferencias que pudieran surgir tras una dictadura, para así poder iniciar todos un camino común, establecieron desde un principio abismales diferencias entre los territorios de España, algo que ha traído cola hasta hoy, y seguirá trayéndola….

A lo largo de todos estos años de democracia, la reivindicación de una mayor autonomía y la lucha por salvaguardar en mayor medida y seguridad los intereses de los aragoneses ha sido constante. En los años 1994 y 1996 se logró una ampliación digamos significativa de nuestro autogobierno, e incluso una reforma estatutaria de 2007, en teoría dotó a los aragoneses de un nuevo Estatuto de Autonomía, aprobado por el Estado en la Ley Orgánica 5/2007 de 20 de abril. Pero en definitiva papel mojado y mucha demagogia para siempre que sirve de tapabocas de muchos. Porque en sus artículos detalla todas las competencias que asume la Autonomía de Aragón, remarcando y precisando las materias donde podemos intervenir y las funciones que podemos ejercer en cada caso.

Distinguiendo entre competencias exclusivas, en las que los aragoneses asumimos toda la responsabilidad en un ámbito de decisión, gestión y organización, pero otras que mayoritariamente son determinados por leyes estatales, para que así todo se gestione conjuntamente con el Estado. Es decir ¿tenemos pleno poder de decisión o somos meros comparsas?

Y bueno, a día de hoy, y en teoría, el Estatuto de Autonomía de Aragón es la principal herramienta que tenemos los aragoneses para ejercer nuestro derecho al autogobierno y la autonomía política dentro de España y siempre de acuerdo a los límites que establece la Constitución para todos los españoles, así como a los principios democráticos de libertad, igualdad y justicia, aunque algunas comunidades autónomas sigan teniendo privilegios que intentan justificarlos con el bla bla requetebla y vuelta a empezar…

Ya que en definitiva, a través de estos tipos de competencias que a las autonomías pobres se nos concede, los aragoneses podemos hacernos cargo de los aspectos fundamentales, entre otros, que garantizan nuestro estado de bienestar y nuestra calidad de vida como son la Enseñanza, la Sanidad y los Servicios Sociales, aunque la gestión de todos estos servicios solo puede desarrollarse conforme a una financiación que decide…

¿Quién lo decide? Sí, premio, lo decide el Estado. Pero bueno, al final siempre es una gran satisfacción que en estos 41 años, entre dimes y diretes, hemos alcanzado más o menos un alto grado de convivencia y bienestar social.

Pero que más da, seguimos siendo Aragón, tierra valiente acostumbrada a ser maltratada pero nunca arrodillada ante nadie ni traicionando a nadie, y aquí seguiremos, orgullosos y mirando al frente, aunque siempre también mirando por el rabillo del ojo hacia atrás, para ver venir al menos la siguiente que nos quieran volver a clavar en nuestra curtida espalda.