El final de la vida

Cuando la muerte gana la partida: sanitarios en Aragón ante el fallecimiento de sus pacientes

Cuatro sanitarios de centros hospitalarios aragoneses cuentan cómo se enfrentan al fallecimiento de sus pacientes y a la comunicación a sus familias

Concha Ortiz, geriatra, esta semana, en el hospital San Juan de Dios.

Concha Ortiz, geriatra, esta semana, en el hospital San Juan de Dios. / JAIME GALINDO

Eva García

Eva García

Los sanitarios estudian para curar pero muchos de ellos se codean día a día con la muerte en su entorno laboral. De hecho es una compañera indeseable aunque siempre esté cerca. Luchan contra ella pero a veces salen perdedores. Es parte de su trabajo, pero no pueden evitar que les afecte. No como a un familiar, claro, porque son los que acompañan al final de la vida y se encargan de comunicar la mala noticia a los seres queridos. Cuatro profesionales, un enfermero del 061, el jefe de UCI del Hospital Clínico, la coordinadora de geriatría y la coordinadora de la Unidad de Paliativos, ambas del hospital San Juan de Dios de Zaragoza hablan de cómo la muerte está presente cada día en su trabajo. 

Concha Ortiz, coordinadora de Geriatría del hospital San Juan de Dios: «Pido no perder la capacidad de conmoverme ante un fallecimiento»

Ella «no sabía muy bien qué hacer» pero le suministró morfina, habló con la hija (única) y esta abrazó a su madre y «yo le cogí la mano y las acompañé hasta el final».

«Siempre me ha gustado la gente mayor» y, aunque iba encaminada a la cirugía, vio que «era demasiado técnica y se abrazaba poco al paciente», así que en un impulso, en el Mir eligió geriatría. «Ayudamos al alma», asegura, e incide en que «estar con un mayor es menos agradecido para mucha gente», aunque ella asegura «ser feliz».

En su especialidad hay dos vertientes hacia el final de la vida, el que va poco a poco deteriorándose y «te da tiempo a explicar que el final se acerca» y «le acompañamos a él y a la familia». Ortiz reconoce que «hacemos medicina para curar, pero no siempre se puede, pero consolar y abrazar, siempre». Y hay otros casos en los que «no lo esperas» ya que sobreviene una patología aguda y eso «cuesta más de gestionar».

«Si un paciente muere tranquilo se gestiona mejor el dolor. Debemos cuidad y confortar siempre»

La coordinadora de geriatría intenta «preparar al paciente» para ese final de la vida y cuando no se ve una evolución, también lo habla con las familias. «Es más fácil cuando uno está en sedación». Si el paciente «está tranquilo se gestiona mucho mejor el dolor familiar y ahí sí que podemos ayudar, a cuidar y confortar siempre», afirma.

Pese a la experiencia, le sigue afectando la muerte de un paciente. «No es fácil pero es intrínseco», señala, para añadir después: «yo pido no perder la capacidad de conmoverme porque sería un bloque de hielo». Le conmueve, a ella y al equipo, cuando no puede llegar un hijo, cuando el paciente está solo o con un cuidador tan mayor como él. A eso les enseñó la pandemia cuando «tuvimos que abrazar por no estar las familias. Nadie merece morir solo», tampoco fuera de la pandemia.

Sí tiene claro que tanto en Medicina como en la sociedad «no te preparan para la muerte y envejecer es prepararte para el final. Lo más fastidioso de vivir es que cada vez estamos más cerca de la muerte» y no deja de ser una parte de la vida. «Hay que normalizarla», concluye.

Jaime Blasco, enfermero, suele estar destinado en Huesca, aunque también en Zaragoza.

Jaime Blasco, enfermero, suele estar destinado en Huesca, aunque también en Zaragoza. / el periódico

Jaime Blasco, enfermero del 061: «Empatizas pero no te involucras porque en una hora tienes otro aviso»

En Enfermería el tema de la muerte «no se trata mucho». No hay asignaturas, ni prácticas, ni se aborda cómo sobrellevarla ni como comunicar», es algo que se aprende en el día a día. Así opina Javier Blasco, enfermero del 061 Aragón, que acude en una ambulancia de soporte vital avanzado con y sin médico tras una llamada de urgencia. 

Cree Blasco que las personas «no se preparan» para la muerte, sobre todo los familiares y el entorno pese a que tengan «una patología grave y la esperanza de vida limitada; cuando llega ese momento, cuesta», reconoce. En este caso, les anuncian el fallecimiento, tratan con ellos e «intentas que sea menos doloroso». 

No recuerda al primer paciente que vio morir porque «hace muchísimo» tiempo (lleva alrededor de 16 años en el 061), pero asegura que en su trabajo afecta porque «no son muertes esperadas». Sí que tiene presente un caso reciente de una persona que «no tenía nada, luchamos mucho pero el chico no salió; la familia se queda mal y tú te quedas con la espinita de si lo podías hacer mejor», reconoce. En ese momento, «lo piensas» y aunque cuenta que sabes que no puedes hacer nada por salvar esa vida, «en caliente le das vueltas, haces repaso mental y ves que no había solución». 

«A veces haces un repaso mental y piensas que lo podías haber hecho mejor, pero sabes que no»

A la hora de comunicar la noticia a las familias, depende de la edad, la patología, la cultura de las personas... así que «intentas ser cercano, empático», pero también reconoce que «no podemos involucrarnos mucho más porque en una hora tienes otro aviso y no puedes darle vueltas» durante mucho tiempo. Llega otra urgencia y el enfermero necesita tener el 100% de los sentidos en ella. Blasco trabaja con jóvenes enfermeros e «intento hablar con ellos, que te cuenten cómo lo han visto» pero al final, «forma parte del trabajo». 

Hay que tener en cuenta que el ámbito del 061 es diferente al hospitalario, ya que ellos se adentran en al ambiente familiar. Entran en casa, en el salón o en la habitación y cuando alguien fallece «va llegando gente a la que no conoces». Ellos lo comunican y «muchas veces las familias no terminan de entenderlo», sobre todo cuando no existían patologías previas. Y a veces se encuentran con «malas respuestas» como «si le pasa algo prepárate». Blasco entiende que hay mucha tensión pero «te pones nervioso» porque «tu integridad puede estar amenazada». Pero ellos siempre hacen todo por salvar.

María González, de Paliativos del San Juan de Dios, en su despacho.

María González, de Paliativos del San Juan de Dios, en su despacho. / JAIME GALINDO

María González, coordinadora de la Unidad de Paliativos del Hospital San Juan de Dios: «Intentamos que el paciente fallezca en paz, tranquilo y acompañado»

«Al principio te resistes a dejar ir a un paciente pero luego aprendes que hay veces que se le hace daño intentando que viva», asegura María González, coordinadora de la Unidad de Paliativos del Hospital San Juan de Dios de Zaragoza. Lo que hay que hacer es que esos últimos momentos «los viva bien» y para ello en la unidad abordan todas las esferas, las físicas y las emocionales. 

Preguntada por si uno se acostumbra a la muerte de un paciente, afirma que hay que tener un «autocuidado». En Paliativos «tenemos una vocación», se centran «en la satisfacción del trabajo, que es que el paciente fallezca en paz, tranquilo y acompañado», asegura.

González comenzó a trabajar en la especialidad desde que acabó el Mir en 2011, primero en la ESAD (Equipo de Soporte y Atención a Domicilio) durante una década en el ámbito rural y ahora lleva tres en la planta del San Juan de Dios. A veces le preguntan por qué se dedica a esto y ella responde que «aprendes a vivir» con la muerte porque «es algo que vamos a pasar todos». 

Considera que sigue siendo un tabú porque «en el día a día piensas en la vida, no en la muerte. Vivimos de espaldas a ella porque parece que así la alejamos, pero es bueno pensar que nos vamos a morir porque ayuda a tener conciencia» y a saber qué le gustaría a cada uno hacer o no. Esto también afecta a los familiares, que a veces se sorprenden de una muerte cuando el paciente tiene 99 años. Es «comprensible lo emocional pero entendible que a esa edad alguien pueda morir».

«Es bueno pensar que nos vamos a morir, tener conciencia y saber qué nos gustaría»

Al San Juan de Dios llegan pacientes a veces «un poco engañados», porque ya no hay tratamiento o porque no se lo quieren decir, pero «uno cuando se va a morir lo sabe» y su labor es la de que la familia tenga una comunicación, que «se despidan». También asegura que «hay situaciones complejas» y ahí entra la labor de los psicólogos o los voluntarios. Es importante «la espiritualidad», que nada tiene que ver con la religión.

Cree que hay diferencias entre trabajar en un ESAD y en el hospital, ya que en un domicilio «entras en su terreno y se sienten más cómodos» y eso que en planta son «muy permisivos». En casa «hay quizá menos intervencionismo» del sanitario pero ahí el cuidador «es nuestros ojos y hay que enseñarle a que sepa reaccionar». Además, ellos también necesitan cuidados.

Juan José Araiz, coordinador de trasplantes del Clínico, durante una charla sobre eutanasia y donación.

Juan José Araiz, coordinador de trasplantes del Clínico, durante una charla sobre eutanasia y donación. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Juanjo Araiz, jefe de uci y coordinador de trasplantes del hospital Clínico: «Hay situaciones que dejan una gran huella pero no debes llevarla a casa»

La idea de enfrentarse a la muerte ha ido evolucionando con el paso del tiempo. Ahora las familias hablan de ello, de hasta dónde se va a llegar, de limitación de terapias, de voluntades anticipadas, de si se incinera o se entierra o de si se van a donar órganos, explica Juanjo Araiz, jefe de la uci y coordinador de trasplantes del hospital Clínico de Zaragoza. También de eutanasia, un tema que, asegura, le tiene «alucinado», ya que se trata de una persona que está frente a frente a la muerte y aún así piensa en la donación. «Ante el inmenso dolor y sufrimiento que te lleva incluso a pedir la muerte, hay gente que tiene la capacidad de ayudar», insiste.

Quiere dejar claro el especialista que a la uci «se viene a vivir», ya que se llega a ella cuando tienes una patología muy grave pero «es susceptible de mejorar», una situación que confirma con que la muerte en el servicio es, en general, del 15%. La mayoría «se van a casa o a planta», reitera. Hay ocasiones en las que la familia y el equipo médico «deciden limitar las terapias de soporte vital».

El jefe de la uci reconoce que en el servicio de medicina intensiva la muerte se vive cada día y «no todos los pacientes dejan la misma huella». Ante el fallecimiento, «uno nunca se acostumbra, pero no puedes llevártelo a casa, no puedes sufrirlo como si fuera un familiar», aunque sí que asevera que «hay situaciones que te dejan una huella profunda»: cuando se trata de alguien joven, una muerte rápida o con gente «por la que has luchado mucho». En el caso de alguien joven «y cuando tienes hijos se lleva peor porque lo vives como una proyección», pero insiste, «no te lo puedes llevar a casa».

«Tras el inmenso dolor que lleva a pedir la muerte, hay gente que aún quiere ayudar»

Durante los estudios de Medicina «no se prepara» para el fallecimiento de un paciente ni para comunicarlo a la familia, sí que en el servicio de coordinación de trasplantes hay charlas sobre comunicación de malas noticias, que se resume en «ayudar a la familia, empatizar y ofrecer dación de ayuda, que a veces es dar un pañuelo, otras un abrazo y a veces no hacer nada», señala. Pero «no hay varitas mágicas y cada situación es un mundo». Pasa en la donación, que, por ejemplo, a los subsaharianos, les «obsesiona» devolver el cadáver a su país» y los asiáticos «son lentos» a la hora de decidir.

Pero «todo se puede aprender» con la experiencia», asegura, e insiste en su admiración porque alguien que «pone fecha y hora a su muerte tenga la valentía de donar».