El 'oro negro' de Aragón, en riesgo por el cambio climático

Las altas temperaturas afectan a la producción de un hongo en el que la comunidad es referencia

La cosecha de trufa negra de esta campaña se sitúa en niveles de 2022, cuando ya había descendido un 30%

Una joven busca trufas junto a su perro

Una joven busca trufas junto a su perro / SERVICIO ESPECIAL

Sergio H. Valgañón

Sergio H. Valgañón

El cambio climático y el aumento de las temperaturas ponen en jaque la producción mundial de trufa negra, algo que afecta especialmente a Aragón, que en la actualidad es el territorio líder en la producción de este preciado hongo. El futuro de la truficultura pasa por la adaptación a unas temperaturas que, como referencian todas las evidencias científicas, no van a dejar de subir en todo el planeta.

La preocupación por la extensión del calor a lo largo de todo el año por todo el mundo es lo que mantiene en jaque a la Federación Aragonesa de Truficultores. Jesús López es miembro de esta federación y representante de los truficultores de la provincia de Zaragoza. «La temperatura es el principal problema al que nos enfrentamos», asegura este productor, que lamenta que «incluso las plantaciones que tienen regadío» han sufrido en los últimos años los estragos del aumento de grados en la superficie.

Las cosechas de las últimas campañas son muestra de que cada vez va a ser más complicado asumir el reto de emprender en el sector truficultor. «Hemos tenido un año relativamente normal en mi zona, por Daroca, pero ha sido malo por el Moncayo», explica López, que califica como «normal» el resumen de la campaña de todos los profesionales aragoneses. «Ha habido un poco de todo», insiste este truficultor zaragozano, que sí detalla el descenso cosechado en las últimas temporadas: «En 2022 se redujo la producción un 30% respecto al año anterior, y en este 2023 nos hemos quedado más o menos como en 2022». La tendencia se explica por sí sola.

Con esta situación, viendo que el regadío no palia el daño del calor, López asegura que «estamos ante el declive de la truficultura en España». La principal solución tiene forma de pico, cuerdas y ascenso: «Hay que pensar en elevar el cultivo, porque a partir de los 1.000 o 1.300 metros sí que sería viable mantener la producción. Por debajo de esas medidas, va a ser muy complicado que sigan apareciendo trufas negras».

López insiste en ver esta problemática con perspectiva global, ya que no es solo la trufa negra aragonesa o europea la que tiene problemas, sino que el mal del calor se extiende por todo el planeta. «Un truficultor de Argentina me contaba hace poco que ellos estaban sufriendo las mismas consecuencias por el aumento de las temperaturas», detalla el miembro de la Federación Aragonesa de Truficultores, que advierte que el liderato aragonés se debe vigilar con lupa: «Seguimos siendo los primeros en la producción de trufa negra, pero cada vez tenemos menos producción».

Superficie

La subida de las temperaturas y la presencia de algunas plagas, como la del escarabajo de la trufa, no evitan que el sector siga siendo muy atractivo para nuevos inversores, truficultores e incluso para el propio Gobierno de Aragón. El Ejecutivo autonómico mostró en Madrid Fusión, feria internacional de referencia en el ámbito gastronómico, la trufa negra como un elemento esencial en el desarrollo alimentario aragonés. Los datos de Pedro Marco, investigador del CITA (Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria) lo evidencian. En la actualidad, Aragón tiene aproximadamente unas 12.000 hectáreas dedicadas al cultivo de trufa negra, que repercuten en una producción del 35% al 60% de la producción global mundial, en función de la fuerza de la cosecha.

El sector, en la comunidad autónoma, lo componen unos 800 truficultores y se generan multitud de empleos directos, tanto en el campo –para la recolección, poda o trabajo en la tierra– como en el turismo, la gastronomía o el entrenamiento de perros, oficios en expansión gracias a este hongo. Más allá de acercar el mundo de la trufa negra y la cultura gastronómica que le rodea a la mayoría de la sociedad, Gobierno de Aragón y truficultores se marcan como principal reto a medio plazo establecer sistemas de control «rigurosos» que garanticen la autenticidad y la calidad de las trufas con las que se comercia. Unas gestiones que quieren llevar también a los productos derivados, con «una normativa específica y clara». La intención es que el consumidor pueda ver en el etiquetado si el producto final cuenta con trufa negra o tan solo con aromas y aceites especiados.

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