El terremoto Almodóvar ya azota Los Angeles. Está cansado por el insomnio que tanto le afecta y con la ilusión contenida pese a que más de una quiniela apuesta por que puede llevarse el Oscar al mejor guión e incluso a la dirección. Pero en el año en que el glamour se da ya oficialmente por enterrado, algo que él se toma con humor, lo que está es ante todo furioso por la guerra y con los políticos.

No soporta las medias tintas de algunos en Hollywood ni el autoritarismo con que la Academia intenta aplacar los pronunciamientos políticos. Y si gana mañana en el Kodak Theater, está dispuesto a convertirse en la pesadilla de Gil Cates, el productor famoso por su tiránico rigor con los 45 segundos a los que limitará los discursos. "A mi no me van a controlar en el escenario", anuncia.

"Yo sólo quería venir a dar las gracias, pero me temo que diré algo más. Si me dan una estatuilla la felicidad va a ser limitada porque no voy a conseguir olvidarme de que hay una guerra", explica en el jardín del hotel Sunset Marquis, ese cuyas puertas gritan por la paz.

SIN MIEDO

Almodóvar ha lanzado claramente su grito en España, en esas manifestaciones que contrastan tanto con las protestas de Hollywood, de las que forma parte desde que aterrizó aquí el lunes. Ayer, por ejemplo, asistió como miembro del comité honorífico del grupo Global Vision for Peace a una fiesta en una mansión en la que se presentó el pin de la paloma de Picasso que lucirán él y estrellas como Meryl Streep, Drew Barrymore y Susan Sarandon. "Es una demostración silenciosa, de las que se llevan aquí, aunque a mi me gustaría que hubiera algunas más ruidosas".

El no tiene miedo a represalias ni a listas negras, pero reconoce que juega con ventaja. "Nos lo podemos permitir porque venimos de fuera, y yo por lo menos no tengo intención de trabajar aquí", aclara. "La gente aquí tiene más que perder. Además, el ciudadano americano no lo tiene tan claro y éste es un país muy complicado para cualquier gesto".

A Almodóvar, que no bromea cuando dice que este año "no tenía ganas de venir, por la guerra pero también por otras cosas", lo que le gustaría de veras es salir con Gerardo Vera o Fernando León a las calles españolas a desgañitarse. Lo echa de menos. Pero el jardín de este hotel de West Hollywood es también válido para lanzar su dura protesta.

La diana contra la que dispara con mayores ganas es Aznar. "Lo que está haciendo es la brutalidad más antidemocrática que conozco y espero, deseo y haré todo lo posible para que le cueste la cabeza a él y a su partido".

Sus palabras no son más blandas cuando habla de Gil Cates, "un absolutista en la línea de Bush". Ni cuando se refiere a actores como Nicolas Cage o John C. Reilly, que han asegurado que prefieren mantener sus opiniones políticas en secreto, o Queen Latifah, que ha manifestado su apoyo total a las tropas.

Este año, además, la culminación de la superficialidad que podía permitir el olvido ha sido cancelada. Y Almodóvar está feliz. "Hay muchas cosas que se vienen abajo con esta guerra y, aunque parezca una frivolidad, la primera víctima en Hollywood es el glamour,", asegura.

Sin alfombra, sin discurso escrito pero con la intención de ser "espontáneo y expresivo", el director sigue apurando las relaciones públicas antes de la ceremonia de mañana, a la que no asistirá la ministra de Cultura, Pilar del Castillo, porque "no ha encontrado entrada".

Dejando de lado la política y habiendo superado la falta de ganas de estar en Los Angeles, se prepara para mostrar su agradecimiento a un país que "ha sido más generoso que ningún otro, donde la crítica ha hecho que Hollywood reaccione y el público ha quitado a Hable con ella ese aura de autoría, de película rara", viéndola de un modo "más espontáneo", cosa que a él le gusta. "En España --añade el director-- la prensa no está dispuesta a ser generosa conmigo".