Sostiene la Unión Europea que tiramos a la basura, como media, 179 kilos de alimentos por persona y año. Afirma también que el 18% de los consumidores no comprende la famosa frase "consúmase preferentemente antes de...". Y respalda, además, que vuelvan los alimentos a granel.

Más vale tarde que nunca. Al aceite de oliva, al de verdad, el simple zumo, hay que llamarlo "aceite de oliva virgen extra", pues el nombre obvio se reserva para el refinado industrial, con gran satisfacción de las enormes aceiteras. Yogur ya es cualquier cosa, aunque los bichitos estén muertos, para placer de algunos fabricantes lácteos. Ya no sabemos qué frutas son de cada estación, pues pasan meses y meses en cámaras. Y tratar de comprar en un súper sin salir repleto de plastiquillos, barquillas, enormes cajas semivacías, es misión imposible.

La industria alimentaria, una de las más potentes del mundo, sabedora de que procuramos comer tres veces al día, se ha aplicado desde hace décadas en modificar nuestros hábitos, en colocarnos mercancía manufacturada que supone una ingente cantidad de residuos. Ahora, los mismos que han legislado según los dictados de esa industria parecen abrir los ojos y se asustan ante el despilfarro que ellos han propiciado. Algo bueno ha tenido la crisis.

Y ya que nuestros parlamentarios bruselenses se han puesto a trabajar, no estaría de más que analizaran, por ejemplo, el sobrecoste sanitario que suponen estos hábitos; que indaguen en las causas del alarmante incremento de alergias e intolerancias alimentarias. Que calculen ese incesante ir y venir de patatas, entre los diferentes países. Que nos dejen comer en paz, con productores bien pagados y alimentos cercanos.