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NOVILLADA DE ABONO EN ZARAGOZA

El día en el que Imanol Sánchez volvió a nacer

El de Pedrola fue cogido dramáticamente aunque sin consecuencias

El día en el que Imanol Sánchez volvió a nacer

Cuarenta eternos segundos colgado de un asta con vocación asesina, un espacio de tiempo interminable en el que imágenes retrospectivas de tragedias vividas en este mismo ruedo sobrevolaron el coso zaragozano. El cuerpo de Imanol Sánchez suspendido a merced del viaje cabeceante e intermitente de un novillo cuajado de carnes, de hosca embestida y aviesas intenciones...

Cuando hizo tierra, se sucedió otro angustioso intervalo de tiempo preñado de incertidumbre que terminó con el torero rendido a una fatalidad anunciada pero milagrosamente no resuelta. Increíblemente, la tarascada adoptó una viaje inédito que dejó a salvo partes blandas, vísceras y los órganos esenciales que atan un cuerpo a la vida. Imanol nació de nuevo ayer. Felicidades.

Hasta entonces, el de Pedrola había intentado digerir con más voluntad que ciencia la incierta embestida de ese torancón de viaje cambiante que le puso los pitones en el nudo del corbatín en el segundo par de banderillas, que se hizo el longuis en los primeros tercios mandando dónde y cómo, que se fue de rositas en el tercio de varas. A lo negro, oiga, hay que hundir la vara en lo negro, decían los antiguos. Pero no fue el caso y el novillo se hizo el amo.

A Imanol Sánchez hay que reconocerle una cierta evolución en su toreo, dominado siempre por impulsos ajenos a cualquier estrategia previa. Sus tercios de banderillas siguen siendo vibrantes pero ya no son tan olímpicos. Y con la muleta se adivina la misma fibra pero algo más de reposo. Sorteó el más manejable de la tarde --el blandengue primero-- pero su formación autodidacta no fue aportación suficiente.

Antonio Puerta, con ese aspecto de señorito que está para hacer los esfuerzos justos, se colocó por donde pasaba su primer novillo y desplazó su muleta al son que se le marcaba. Solo tuvo decisión propia para regalarse una vuelta al ruedo que en otro tiempo se hubiera resuelto en esta plaza, cuando menos, a melonazos. Ante el otro, con la atmósfera arrastrada del volteretón de Imanol, ni fue, ni quiso, ni pudo, simulando la suerte suprema en encuentros sorpresivos en los que perdía estoque y muleta.

El que sí estuvo soberbio fue el picador de Ángel Jiménez en el sexto, al que le bajó los humos, dejándolo casi ko. A falta de un plan, un picador. Y todo su quehacer, a gorrazos, siempre en los terrenos de rayas para adentro, donde quisieron los novillos.

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