TODO LO QUE HAY

AUTOR James Salter

EDITORIAL Salamandra

¿Qué significa vivir? El paso del tiempo, el encuentro con los Otros, la ilusión y la decepción del amor, el placer de la literatura, el miedo a la muerte, tropezar mil veces con la misma piedra, querer y no poder, poder y no querer, buscar la belleza del mundo y no siempre encontrarla. ¿La vida destilada en una novela que abarca 40 años sin que el lector tenga la impresión de que han transcurrido, como cuando nos damos cuenta, al volver al barrio de nuestra infancia, de que ya no somos niños, y que algunas cosas (no todas, solo algunas) no han sucedido como nosotros esperábamos, y las que hemos recibido a cambio son una sorpresa y una traición? ¡Qué gran experiencia es la lectura cuando nos topamos con una novela como Todo lo que hay!

Lo primero que sorprende es la naturalidad con que James Salter maneja la voz de un narrador omnisciente que, al principio, salta de la conciencia del soldado alistado en la Marina Philip Bowman a un plano general para describir la batalla de Okinawa y luego habitar las distintas personas con las que se cruza, ya en EEUU, y que van a conformar su biografía.

Somos, viene a decirnos Salter, la experiencia de los Otros, y entonces la novela, bajo su aspecto de lírica transparencia, que atraviesa el exultante romanticismo de Bowman, que se convierte en editor y experimenta placeres y desengaños, se transforma en una colmena enorme de vidas que remiten a otras vidas.

Salter es, también, un estratega del tiempo. Entre capítulo y capítulo hay elipsis violentas, que podrían desconcertar al lector si no fuera porque el veterano autor de Queman los días resitúa su atención rápidamente, recuperando el hilo de un personaje que parecía olvidado, rematando un relato que había quedado inacabado o, simplemente, contando una historia que tiene entidad en sí misma y que se aísla del tiempo siendo fiel a su propio transcurrir. La sensación es, pues, la de asistir a la condensación de unos cuantos momentos vitales que no tienen por qué coincidir con los clímax de una novela de estructura más convencional. La linealidad de Todo lo que hay es falsa; el estilo de Salter es falsamente clásico. Los vacíos temporales que hay que llenar son responsabilidad del lector, abismos que nos obligan a participar en la construcción psicológica de nuestro héroe. En primer plano queda la necesidad de contar historias pero también las zonas oscuras que hay que transitar para llegar a ellas, o para colmar ese deseo irrefrenable.

Y, por último, pero no en importancia, la literatura. Que Bowman sea editor es un pretexto adecuadísimo para que Salter hable del mundo de la edición, haga algunos retratos certeros e implacables, invite a pasear a algunos escritores y escriba un precioso homenaje a Lorca durante una visita a España que resulta una evocación del lirismo puro y lúbrico de un poeta cuyas sensuales imágenes parecen convertirse en brújula para el autor de La última noche.