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VISOR

Honorio, Durbán y Sanz Lafita

Honorio, Durbán y Sanz Lafita

A fines de 1925, el periodista Manuel Marín Sancho hizo una visita a los estudios de Honorio García Condoy (Zaragoza, 1900-Madrid, 1953) y Ramón Martín Durbán (Zaragoza, 1904-Caracas, 1968), en el palacio de Argillo de Zaragoza. Pocas visitas tan reveladoras como aquella que Marín Sancho publicó en enero de 1926 en la revista Aragón, de la que era director. Una vez atravesado el patio se introdujo en la oscuridad de un pasadizo en los bajos del palacio, hasta llegar a la escalera empinada cuyas paredes aparecían humorísticamente decoradas: «Con ocres y azules unas remembranzas de estampas religiosas pueblerinas, no muy lejanas a las pinturas de la cueva de Altamira, alternaban con apuntes de cerámica a lo Muel y leyendas absurdas. En los lienzos de pared más amplias pendían miniadas hojas de pergamino, arrancadas de un viejo libro de oro, que mostraban, con bocas desdentadas, los ajedrezados truncados de las cuadradas del canto litúrgico. Más arriba, una puerta hecha de listones y arpillera encalada, disimulada con pinturas como la escalera, encima un letrero: HONORIO; más arriba, una puerta igual y otro letrero: DURBÁN».

Se asomó a la primera puerta, la de Honorio, y en la habitación solitaria pudo ver «sobre burdos pies unos bultos, ocultos bajo trapos mojados, chorreantes de agua turbia, dejando adivinar las formas de algún busto, de alguna estatuilla. En las paredes frisos abocetados, estudios anatómicos, un perfil de mujer, un brazo retorcido, una fotografía dedicada, un trozo de tela antigua...». Orientándose por el sonido de las voces que procedían, escaleras arriba, del estudio de Durbán, lo encontró junto a Honorio y Pablo Sanz Lafita (Olot, 1902-Barcelona, 1996). Discutían de arte. «La pintura está por encima de la escultura. Dominar los colores, apoderarse de la luz eso es ¡formidable! y vosotros los picapedreros no podéis conseguirlo nunca!», gritaba Durbán. «Calla, tostón», le interrumpía Honorio: «Nosotros tenemos la llave: Trabajamos la tierra y su proximidad nos da la fuerza que nunca podéis tener vosotros; vuestro arte es todo mentira. Quita la luz y dime qué queda de vuestros presunciosos colores... y dime, ¿hay mayor engaño, mayor falsedad que la perspectivas que os domina y esclaviza? En nuestras obras hay siempre forma; de su belleza pueden gozar hasta los ciegos...». «¿Aún te atreves a hablar mal de la Pintura después de haber pintado Goya y Zuloaga?», insistía Durbán; y Honorio zanjaba: «¿Y te atreves tú a meterte con la escultura después de Miguel Ángel y Julio Antonio?».

SALIDA DE ZARAGOZA

Sanz Lafita ponía orden mientras posaba para Durbán, y memorizaba los rasgos de los amigos «que más tarde serán dos caricaturas extraordinarias». Honorio, con su eterno cigarro retorcido colgado en la boca, «patina una cabeza de hebrea». Marín Sancho elogió el dibujo elegante del caricaturista Sanz Lafita. Sobre Honorio qué decir, que era «un escultor absoluto», a pesar de sus fantasías desenfrenadas de cuando era muy joven. De regreso a Zaragoza, tras cumplir el largo servicio militar en el Norte de África, ha trabajado mucho; de lo realizado destaca una colección de bustos y pequeñas estatuillas; obras en las que percibe la influencia de Julio Antonio y de la escultura prehelénica. Para referirse a Durbán, alude a ciertas influencias mal digeridas de rebeldías compartidas con su gran amigo Honorio en años de bohemia ya superados; e insiste en la singularidad de su lenguaje: «es algo extraña su pintura, muy personal. Ha oído hablar de modernos rusos y alemanes, no los conoce, pero presiente algo de lo que aquellos artistas hacen y en sus obras se refleja una cosa así como de efecto telepático». Y haciéndose eco de los deseos de los tres amigos artistas, adelantó su marcha. «En Zaragoza el marco es limitado; hay que salir para ver más cosas, para aprender, para vencer. Sanz Lafita se irá a Madrid y perderemos la alegría que de su lápiz, siempre burlón, brotaba. Honorio, si obtiene la beca de la Diputación a la que opta irá a París, a Roma, muy lejos. Durbán también se irá, también muy lejos». Sueños de tres artistas jóvenes que como tantos otros «tenemos que ver con tristeza grande cómo se van de nuestra Zaragoza para poder triunfar, ¡para poder vivir!».

En octubre de 1926 el Mercantil acogió la Exposición Durbán-Honorio. Sanz Lafita realizó el cartel anunciador. Honorio presentó 13 bustos y Durbán 29 obras, entre ellas el Retrato de Sanz Lafita. Tras la muestra, se despidieron: «vamos a luchar a otro medio más amplio, a formarnos definitivamente como artistas y a volver a nuestra querida Zaragoza, cuando volvamos, fortalecida nuestra convicción y formada nuestra personalidad». Honorio, que anhelaba realizar una escultura internacional, quería viajar a París, donde «el artista puede llevar al gran mercado el producto de sus más extraordinarias concepciones, y en ellas no habrá gestos de extrañeza, tan dolorosos a veces, acusadores de incomprensión y de cortedad espiritual», luego a Moscú y a Nueva York. Y aunque en 1930 no logró la beca de escultura de la DPZ, le faltó tiempo para salir de la ciudad.

Durbán se instaló en Barcelona en 1927. Fue el ilustrador del Diario Oficial de la Exposición Internacional de Barcelona 1929-1930, y sus dibujos se publicaron en Mediterráneo, D’aci i d’allá, Ahora o Art. En Barcelona conoció las últimas tendencias y participó en la exposición L’Art Espagnol Contemporain, de París. Durante la Guerra Civil dibujó para, Meridiá, Treball o Armas y Letras. Y en 1938 se exiló a Venezuela. A pesar de su éxito como dibujante en El Noticiero, La Voz de Aragón, Aragón o Pluma Aragonesa Sanz Lafita, o Rodio, viajó a Madrid en 1927 para doctorarse en Químicas. En Madrid colaboró en el semanario Buen Humor y participó en exposiciones. El estallido de la Guerra Civil le impidió incorporarse a la Electroquímica de Flix, y el dibujo acabó siendo su única profesión en el diario La Vanguardia de Barcelona.

Honorio y Durbán habían compartido mucho desde que coincidieron por vez primera en la Exposición de Artistas Independientes y Noveles, celebrada en el Mercantil, en 1919. Meses antes habían visitado en la Lonja la Exposición Hispano-Francesa, e influidos por Julio Antonio y Zuloaga decidieron ensayar en sus obras la identidad aragonesa. Honorio la encontró en las gentes humildes de Ejea, y Durbán en las de Utebo, entre otras localidades. Sanz Lafita y Durbán asistían a la tertulia del poeta Alardo Prats, en torno a 1924; a través de Durbán, Sanz Lafita pudo conocer a Honorio. Y un frío día de diciembre, los tres amigos recibieron la visita de Marín Sancho.

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