Su leyenda es muy parecida a multitud de mitos antiguos de diferentes culturas que entran en la categoría del clásico mitema del héroe que lucha contra la bestia. Ejemplo de este combate contra el monstruo o dragón es el mito griego de Belerofonte enfrentándose a la Quimera. En estas tradiciones a veces el enemigo a batir es una gran alimaña marina, como es el caso de Tiamat de la mitología mesopotámica, que es asesinada por el rey Marduk (en la mitología griega Perseo es el matador de un gran monstruo marino). Otras veces el mal es encarnado por una gran serpiente: según los antiguos griegos, Apolo para convertirse en señor de Delfos tuvo que asesinar a su antigua señora, que era la gran serpiente Pitón. Por otra parte, los egipcios creían que el sol salía cuando Horus vencía a la serpiente Apofis, que todos los días trataba de malograr su viaje en la barca solar. Es común que algunos de estos personajes malignos tengan varias cabezas para intensificar su monstruosidad. Así ocurre con la hidra de Lerna, con la que acaba Hércules; o con el monstruo de siete cabezas del Apocalipsis, ejecutado por el arcángel Miguel. El dragón al que mata San Jorge entra dentro de esta tipología de bestias, que son agentes del mal, del caos, de lo salvaje y de la barbarie.

Si este mitema se repite tanto en culturas tan dispares a lo largo de nuestra historia, es porque tiene una misma moraleja que gusta mucho a los gobernantes, que es la siguiente: es necesaria la existencia de un líder, héroe o rey que encarne el bien y luche contra el mal, contra el caos, para que este no venza y sobreviva el orden y la civilización.

Una vez entendida la moraleja tan antigua que contiene la historia de san Jorge, hay que comprender que la sequía es una forma de caos y que, cuando san Jorge mata al dragón, ya no hay que ofrecerle al monstruo más ovejas ni las hijas de la ciudad, por lo que el país recupera su prosperidad. Así que San Jorge no solo va a gustar a los gobernantes, sino que también va a ser un santo benefactor, propiciador de la abundancia y de la fertilidad de la tierra. No es casualidad que los musulmanes lo llamen Al-Khadir (el verde), que el geógrafo palestino Muqqadisi diga que en su tierra la «señal de la semilla» coincide con la fiesta de San Jorge, y que en Eslovenia, Rumanía o Rusia celebren a «orge el Verde».

Vayamos ahora con la historia de su culto. Es un santo de origen capadocio y la primera versión de su vida ya la tenemos en el siglo V (todavía no aparece nada en estos escritos primigenios sobre san Jorge luchando contra un dragón). En el siglo VI ya tenemos toda la franja sirio-palestina llena de iglesias e inscripciones dedicadas al santo. En esta misma época nos encontramos a este personaje en Egipto representado con su iconografía habitual: a caballo, con coraza militar y lanceando a un dragón. Sin embargo, para encontrar por escrito el relato de la lucha de San Jorge con el dragón hay que esperar hasta el siglo XII, cuando Jacobo de la Voragine escribió 'Leyenda Áurea'. Es decir, la iconografía del santo y el dragón es muy anterior a la documentación escrita de este episodio de su hagiografía.

En época islámica en Oriente es muy venerado por los musulmanes y cuando los cruzados europeos llegan allí, les gusta mucho y extienden su veneración por Europa a su regreso. Para los cristianos, mientras el arcángel Miguel lucha en los cielos contra el Diablo y los demonios, enemigos de Dios; san Jorge ayuda en la Tierra a los caballeros a pelear contra los musulmanes, que son los enemigos de la cristiandad, agentes del caos, del mal y de la barbarie.

Según la tradición, es patrón de Aragón desde que se apareció en la Batalla de Alcoraz en el año 1096, ayudando al rey Pedro I a conquistar Wasqa (actual Huesca) a los musulmanes. La realidad es mucho más compleja. Aunque la historia de san Jorge apareciéndose en aquella batalla del siglo XI resulte muy épica y bonita, la primera vez que la vemos por escrito es en la Crónica de los Estados Peninsulares del siglo XIV, unos tres siglos después.

La devoción por san Jorge llegó a Aragón y a Cataluña, a través de los cruzados, a principios del siglo XIII. En el siglo XIV se hace popular en ambos territorios, en el año 1456 lo hacen patrón del Principado de Cataluña y en el año 1461, en las Cortes aragonesas, se nombró patrón del reino de Aragón.

La famosa tradición que tiene lugar en Cataluña, de regalar una rosa y una espiga de trigo a la amada, tiene que ver con la dimensión benefactora del santo que aquí, en Aragón, no cuajó. En nuestra tierra se quedó en un santo del gusto de los reyes y las élites nobiliarias, que veían en él a su protector.