CRÍTICA LITERARIA

El tiempo de la felicidad

Pedro Simón se muestra hábil y muy exhaustivo al retratar a todos los personajes en 'Los ingratos'

El escritor Pedro Simón.

El escritor Pedro Simón.

Javier Lahoz

Hay muchas personas cruciales en nuestra vida. A veces eso se sabe en el mismo instante en que aparecieron por primera vez y a veces se comprende conforme pasa el tiempo. Doy por hecho que quienes en su momento decidieron estar pendientes de nosotros, cuidarnos, educarnos y protegernos lo seguirán haciendo en adelante, durante años, décadas o más allá de cualquier eternidad. Y de repente aparece un personaje así, ante el que es imposible rendirse, sobre todo cuando está construido con tanta sensibilidad, con la capacidad de entender el mundo desde el silencio y de sufrir en sus propias carnes el horror del dolor, el de fuera y el de dentro. Es el centro de esta novela, porque los demás giran a su alrededor. Se llama Emérita y escucha sin oír, se entrega sin pedir y escribe sin temor a las reglas que impone la ortografía.

La acción se desarrolla en el pequeño pueblo, al que no es preciso darle nombre porque son muchos los que están dentro de él, en el que el narrador disfrutó de la infancia. Se acumulan las anécdotas que resultaban inevitables al estar tan cerca de la naturaleza, donde los juegos al aire libre no conocen de las trampas que oculta la gran ciudad. Tiene dos hermanas mayores a las que mira con distancia, un padre que no siempre está, y una madre que está por partida doble, como maestra y como progenitora. Parece fácil saber qué tratamiento corresponde según el contexto, pero no deja de ser un continuo juego que hace más entrañable el vínculo familiar.

La escritura fluye porque las emociones se muestran vivas. Cualquier gesto, ajeno a la tecnología que hoy nos vuelve apáticos y nos idiotiza hasta límites insospechados, transmite ternura y entrega, regalando a las frases una musicalidad continua que invita a la sonrisa y a la evocación de momentos felices que llevaban intrínseco el mensaje de no terminar nunca. A veces es muy sano mirar atrás para poner el presente en orden y reducir la velocidad que hoy en día nos impide ver el valor de las pausas, de los sonidos limpios, de la cercanía que no genera desconfianzas. Y es en este contexto cuando se recuerda cómo aquí, allí o donde sea, alguien contribuyó a inmortalizar imágenes que se van a perpetuar y que exigen que la memoria las cuide y les dé su lugar. Porque sin ese alguien nada habría sido lo mismo.

Hábil, certero y muy exhaustivo al retratar a todos los personajes que, más que vivir, habitan y enriquecen el lugar, el autor, Pedro Simón, construye diálogos que definen a los más jóvenes y a los más mayores, a los que no duda en darles su propia voz, incluso cuando surge la necesidad del testimonio, del desahogo, de la tragedia por la que fueron señalados y de la que nunca despertaron del todo. Esta novela, merecedora del Premio Primavera 2021 y publicada por la editorial Espasa, tiene por título Los ingratos. Ningún adjetivo mejor escogido para catalogar a quienes finalmente no aprendieron las lecciones más básicas, la belleza que supone acercarse a los que se convirtieron en referentes, de esos que continúan presentes en las ausencias. El origen se muestra claro: las grandes urbes, que tantas diferencias ofrecían, se iban convirtiendo en el atractivo hacia el que había que dirigirse como destino definitivo.

Este libro me ha obligado al reencuentro con vivencias que, aunque nunca olvidadas, han emergido como si fueran víctimas de un mecanismo cuyo resorte se hubiese accionado sin posibilidad de desconectar. Se lee rápido, saboreándolo, y es imposible dispersarse porque la historia no admite fisuras ni añadidos innecesarios. Es una narración donde a los protagonistas se les pone cara, mirada y voz, como si los lleváramos conociendo desde la infancia. Son los amigos aquellos que participaban de las trastadas y para los que la intrepidez no conocía peligros. Son los lugares aquellos en los que flotaba el rumor a la vez que afloraba el rubor.

Lo esencial en una buena novela es saber contar lo que se quiere contar. Enamorarse de sus personajes. Emocionarse con sus reacciones. Recrearse en la época. Reconocerse parte de lo que acontece. Entender que la ficción y la realidad se dan la mano para que lo vivido y lo recordado formen un todo. Si hay quien también lo entiende así, la elección es fácil.