Ninguno de los asistentes a la última jornada del ciclo Los años bárbaros esperaba ese arranque. Miguel Ríos, previa pregunta de Luis Alegre, ha sorprendido al público que llenaba la sala Luis Galve del Auditorio de Zaragoza con una improvisada versión del Adeste Fideles. El músico granadino ha respondido así a la ya clásica cuestión en el ciclo sobre la primera canción aprendida.

En un repaso de su vida que arrancó con su infancia en Granada, Ríos ha destacado que en su casa, compartida con su padre y sus seis hermanos, había «muchas risas, teatro y alegría», un contraste con lo que se veía en la calle, mucho más «gris».

El artista ha defendido que su familia, aunque humilde, vivía algo mejor que otras de su barrio gracias a su conexión con el campo: «Aún tengo la imagen de un montón de patatas debajo de mi cama, madurándose». Ha hablado de su madre como la primera impulsora de su talento, pues ella siempre creyó que «había nacido con un don». Ríos le ha reconocido su apoyo en su sueño de ser artista, porque «nunca podría haberle llevado la contraria y, si hubiera querido, ella me podría haber jodido la vida». De su padre, sin embargo, ha destacado no haber tenido una relación muy cercana: «Me apena no haber podido hablar con él de lo que era la vida»

Lejos del hogar, las cosas también funcionaban para el más pequeño de los Ríos. Cursó sus estudios en un colegio de curas, a los que ha agradecido «algunas cosas que aprendí», pero rechazó con el paso del tiempo: «No he vuelto a llevar ese tipo de vida». El tempranero éxito del cantante le llevó a abandonar muy pronto su casa, aunque, ha explicado, mantiene «una relación fantástica» con toda la familia.

Ríos ha concluido su diálogo con Alegre defendiendo que siempre supo «a que clase pertenecía y que nunca iba a dejar de estar en ella». Y, aunque de joven se dio cuenta de que «se podía estafar fácilmente» también tuvo claro, desde su primer sueldo, que nunca sería «un yonki del dinero». Palabra de estrella del rock.