Los problemas de la industria cultural (o de la ausencia de ella en muchas ocasiones) no son novedad y, desde luego, no son algo sobre lo que no se haya debatido a lo largo del tiempo, evidentemente no es un problema actual ni que se haya generado de un día para otro. Estos últimos días, se ha celebrado en Zaragoza la primera edición del campus La Inmortal de cine y series, organizado por la Asociación de Informadores Cinematográficos. En él, evidentemente, se habló también de las dificultades de crear o más bien de que la creación atraviese ciertas fronteras desde un territorio periférico y con sus dificultades como es Aragón.

La conclusión a la que se suele llegar siempre es que el genio creativo aragonés está muy por encima de las posibilidades que ofrece el propio ecosistema de la comunidad siempre refiriéndonos a una infraestructura vital y necesaria en forma de industria que es lo que, al final, va a permitir, centrarse en la tarea a la que se debe dedicar en exclusiva un creador, crear. Parece algo de perogrullo pero cuando para levantar una película hay que pelear contra muchos elementos por el simple hecho de que se ruede en la comunidad, el margen que queda para crear es más estrecho o la otra vertiente, es más lento en el sentido de que para que vea la luz el proyecto se tienen que emplear muchos más años. De ejemplos está lleno el cine aragonés (se podría hablar de Miguel Ángel Lamata pero también, cómo no, de Paula Ortiz, Pilar Palomero o el propio Javier Macipe que junto a Amelia Hernández continúan en su encomiable tarea de levantar desde aquí una película sobre Mauricio Aznar con una pandemia por en medio).

Pero teniendo clara la problemática aunque parece que no la solución (o para ser más directo, nadie ha conseguido hacer lo que hay que hacer para solucionarlo que no es otra cosa que empezar a dotar con más contundencia las partidas culturales que consigan crear un ecosistema favorable también para la inversión privada de los actores de la cultura), el debate de qué hacer cuándo no existe esa infraestructura necesaria para conseguir dedicarse a la creación y no morir en el intento, es un aspecto que también suele aparecer en los diferentes encuentros pero que tiene peor encaje en posibles soluciones. Yo soy de los que defiendo que la falta de industria está, evidentemente, perjudicando al tejido creativo de Aragón pero, a pesar de ello (insisto para que no se me malinterprete, a pesar de ello), el mundo de la cultura es capaz de encontrar rendijas por donde dar rienda suelta a sus espectaculares trabajos en un mundo en el que el primer impacto es fundamental, y mucho más en el mundo de la cultura.

El problema creo que viene después. Me refiero, colarse por las rendijas del sistema siendo un outsider y conseguir, con mucho esfuerzo, sacrificio y talento, irrumpir en la cultura, es algo que se puede hacer pero la pregunta debería ser, ¿y luego qué? Porque sin infraestructura adecuada y sin una industria que sea capaz de apoyar, es muy complicado mantener una apuesta que se sostenga al mismo nivel desde Zaragoza. El siguiente paso estamos cansados de verlo en esta comunidad, es emigrar y, normalmente añorando siempre Aragón y gritando a los cuatro vientos su procedencia, triunfar lejos de aquí. Algo que en los últimos años hay gente que está intentando cambiar, que está luchando contra los elementos pero tenemos que ser conscientes de que las rendijas del sistema permiten lo que permiten y lo que se tendría que exigir de verdad es la consolidación de una industria.